Siempre es muy bueno, según mi criterio personal, no saber nada de la película que voy a ver para dejarme sorprender.
En este caso esto se tornaba muy difícil ya que Bruce Willis (John McClane) interpretaba por quinta vez a su personaje. Sabemos que entramos a dejarnos llevar por un género establecido, en este caso la acción, lo que debe redundar en un filme de montaje de planos cortos, a velocidad extrema por los cortes, autos, motos, aviones, helicópteros y todo tipo de transporte humano que pueda explotar, estará presente.
¿Qué hizo que éste personaje, creado allá a fines de la década de los 80, sobreviva? Sobre todo su construcción. Un policía que siempre se encontraba en el lugar menos indicado, en el momento menos favorable, o sea en el medio de la tormenta. Uno podría equiparar a ese protagonista al de aquella primera entrega con Will Kane, el sheriff que interpretaba Gary Cooper en “A la hora señalada” (1952), sólo que en el caso de McClane siempre tuvo un ayudante sostenido y creíble durante todo el relato, situación que no se dio en la segunda, que no era el único yerro y fue la más floja de la saga, hasta ahora.
Pero lo que lo constituyó como héroe de acción, además de representar a un cowboy urbano siglo XX, fueron sus maneras de enfrentar las situaciones.
Capaz de romper con las reglas establecidas con el sólo fin de reestablecer el orden impuesto, inteligente, sagaz, carismático, impertinente siempre, y a pesar de ser un convidado de piedra (así se autodenominaba en la primera) parecía tener el control de las acciones, anticipándose a los antagonistas de turno.
Esta situación en la producción que me ocupa no sucede, todo el desarrollo de las acciones, toda la construcción de la trama, está puesta al servicio de las imágenes explosivas. Se olvidaron del guión, o no le dieron la importancia necesaria.
Sólo creyeron que transportar al personaje a un ambiente enteramente desconocido podría surtir efecto. Y hubiese sido así, si desde el guión hubieran explotado, valga la redundancia, o hubiesen hecho jugar a ese espacio como un protagonista, cosa que no sucede. Las escenas de acción bien podrían transcurrir en cualquier ciudad de los Estados Unidos de América.
Tampoco sucede con el enfrentamiento cultural. Es verdad que los seres humanos lo son en cualquier lugar, que las virtudes y defectos se van repitiendo, pero constituir un contrincante ruso con las mismas características culturales de un yankee no sólo no ayuda, sino que atenta contra la verosimilitud del relato, y, por sobre todas las cosas, además, parece lamentable.
La historia es demasiado sencilla. El bueno de John, ya entrado en años, como en situación para jubilarse, se entera que su hijo, al que cree un descarriado sin remedio, y por lo cual se hecha la culpa, cayo preso en la Madre Rusia. Allí va él al rescate pues no confía ni en los policías rusos, ni en sus leyes. Estas nunca aparecen en el juego, ni los policías ni son nombradas las leyes.
Pero su hijo no es quien él cree que es, sino que es un oficial de la C.I.A. en una operación de rescate de un preso político ruso. Todo se complica. Nada se concreta como lo proyectado. El hijo finalmente debe aceptar la ayuda del padre y ambos deberán hacer todo lo posible para lograr el éxito de la misión.
Si bien señalé las razones del fracaso de esta producción en tanto y en cuanto una saga, porque no responde demasiado bien a sus antecesoras, esto sea dicho desde el guión, el mayor pecado del producto sabiendo que siempre es totalmente previsible que el bueno debe ganar por definición y que el malo lo es por antonomasia, siempre había una pequeña cuota de suspenso, mínimo, pero bien trabajado, situación que hacia que el espectador se mantuviera expectante.
En este caso, que se podría catalogar como una sucesión indiscriminada de escenas de acción, por supuesto bien filmadas, plagadas de efectos especiales muy bien resueltos, con un excelente montaje de sonido, buena selección de banda sonora, donde homenajeando a la original se puede escuchar a Beethoven, con algunos intersticios mínimos de historia, algunos gags tan elementales y clichés como poco efectivos, termina aburriendo.
El realizador John Moore sabe técnicamente que se debe hacer a cada instante, la ideación y el diseño de posiciones de cámaras, los movimientos, la elección de los planos, son correctos y se adecuan al género, lo mismo pasa con la fotografía, pero respecto a la creación de climas de suspenso parece que ha quedo para otra oportunidad
Dije al principio que me gusta ir sin saber nada del filme, en este caso el subtitulo, “un buen día para morir”, me dio la esperanza de encontrarme con algo diferente. El personaje me agrada sobremanera, Bruce Willis lo hizo famoso y viceversa, y en algún momento, antes de empezar a verla, quise pensarla como la muerte de John McClane, pero esto no sólo no sucede, sino que ya esta preparada la próxima.