¿Otro viejo a los tiros?
Algunas películas tienen la suerte de no resistir ningún análisis. Desde el preciso momento en que uno se entera siquiera de que existe una nueva entrega de la saga de John McClane, una especie de marca registrada en el género, ya todos sabemos con lo que nos vamos a encontrar. No hace falta ir demasiado lejos ni aventurarse en sesudas elucubraciones sobre lo que veremos en la pantalla: lo único que interesa es que Bruce Willis se vuelve a poner en la piel de aquel rudo y testarudo policía de Nueva York para nuevamente agarrar un par de armas (o lo que tenga a mano) y darles a los malos una serie de puntapiés en el trasero.
Es llamativo cómo se ha vuelto moda en Hollywood hacer reflotar personajes cuya fecha de vencimiento pareciera haber expirado (más que nada por la edad del actor protagonista) y seguir brindando capítulos de sagas que según la lógica deberían haberse extinguido. Sucedió con Terminator, sucedió con Rocky, con Rambo, con Indiana Jones y ahora sucede también con Duro de Matar. Si vamos un poco más lejos, también está de moda seguir utilizando los mismos actores de acción que tuvieron éxito en los ochenta poniéndolos en papeles similares y, cada tanto, riéndose de sí mismos porque la edad no pasa en vano. Quizás el ejemplo más claro sea Los indestructibles -que en sus dos entregas llegó a contar con prácticamente todos los nombres fuertes del género de los ochenta para acá-, pero también vimos el mismo tratamiento en la reciente El último desafío, con Arnold Schwarzenegger o en la adaptación del comic Red –que pronto tendrá su segunda parte- también protagonizada por Bruce Willis, por nombrar sólo algunas.
En Duro de Matar: un buen día para morir (nuevamente un nombre en castellano que contradice el título original en inglés) no se explota tanto la veta cómica del héroe que ya está viejo: la película es elocuente en mostrarnos a un John McClane entrado en años desde la primera vez que enfoca al personaje y vemos claramente sus patas de gallo y las canas en los pocos cabellos que le quedan, pero aquí los gags no pasan tanto por la edad de McClane (más allá del tema constante de la paternidad) sino por la manera en que se mete en embrollos inesperadamente (“Estaba de vacaciones” repite una y otra vez) y por la particular forma de ser del detective.
La trama gira en torno al encuentro entre el protagonista y su hijo, Jack, cuya relación parece haberse roto hace tiempo atrás. John irá hasta Rusia en busca de su hijo cuando descubra que ha sido arrestado, pero lo que encontrará allí lo sorprenderá un poco. El guión de Skip Woods (Swordfish, Wolverine, Brigada A, Hitman) es desprolijo y desatinado y no tiene el menor interés en tratar de que el desarrollo de la historia tenga una hilación sensata o creíble. Ni siquiera el motivo de reunión entre padre e hijo pareciera ser justificable dentro del relato (¿acaso John fue hasta Rusia a retar a su hijo por meterse en líos? ¿o pensaba rescatarlo?). Tampoco lo son el resto de los extraños eventos que hacen avanzar a la historia ni la manera en que se van resolviendo. Y sin embargo, el guión sí parece preocuparse por hacer que McClane sea un personaje avispado y entretenido, tanto desde las acciones (la contraposición entre la picardía del detective y la seriedad de los agentes de la CIA) como desde los diálogos, en donde se trata de mantener la personalidad atractiva que mostraba el personaje en sus primeras y grandiosas entregas.
El filme también es descuidado en lo que más debería cuidar (porque una cosa es que no soporte un análisis minucioso en cuánto a trama y otra que no ofrezca correctamente lo que se supone que su target de audiencia va a ir a buscar a la sala de cine): las escenas de acción. La primera importante transcurre como una larguísima persecución en las calles de Moscú, que comienza muy floja, bastante mal montada, para ir transformándose de a poco en una secuencia brutal, más a fuerza de cantidad que de calidad –y cuando digo cantidad me refiero a cantidad de cosas que se rompen, chocan, vuelcan y se destruyen-. Sobre el final, homenajes mediante, el filme vuelve a tirar la casa por la ventana y a ofrecer explosiones magnánimas, aunque por momentos el espectador extrañe el tratamiento más artesanal, más realista que ofrecían las películas de acción más viejas ya que los efectos especiales evidentemente computarizados pierden bastante su encanto y parecen no condecir con el tono que un fanático de las primeras películas de la saga esperaría. El bastante poco convincente director John Moore (Tras líneas enemigas, Max Payne) pareció seguir el enfoque de héroe- invencible-exagerado-hasta-el-hartazgo que había elegido Len Wiseman en la cuarta entrega y sólo mantener la personalidad del personaje principal para justificar el nombre de la película.
Duro de matar: un buen día para morir es un filme que entretiene si uno le tiene cariño al legendario John McClane, que divierte a fuerza de gags y esas típicas frases de héroe dichas antes de apretar el gatillo y que entrega (aunque no sean nada del otro mundo) las escenas de tiros y explosiones que el fan del género querrá ver, pero que falla en una historia anodina, por demás inverosímil (aún para una película de la saga) y muy descuidada en la narración, lo que la pone a años luz de las mejores entregas y la vuelve un filme de acción más.