John McClane viaja a Rusia a buscar a su hijo, a quien cree metido en problemas. Lo está, pero no por ser traficante o chorro, sino por ser operativo de la CIA. El espectador que ya sabe de lo que es capaz el personaje en esta serie de acción que cumple cinco películas (y todas, a su vez, cumplen, aunque la primera siga siendo una obra maestra total) tendrá pues lo que seguramente busca: movimientos sin pausa, explosiones, velocidad, tiros y piñas. Ahora bien: ¿hay algo más aparte de la idea de un papá y su hijo reconciliándose mientras derriban villanos de caricatura? Siempre en estas películas hay un “algo más” y se llama Bruce Willis. A diferencia de los “musculosos” de los 80, Willis es sobre todo un comediante que comprendió desde que comenzó a protagonizar estos films, que no pueden tomarse en serio y que, en el fondo, se trata de una versión hipertrófica -pero no realista, no vaya a creer- de los maravillosos cartoons del Correcaminos, con McClane en el lugar del Coyote. Con los años -y aquí es más evidente que en el film anterior, superior en varios sentidos-, McClane parece haber descubierto que solo es feliz moviendo su cuerpo de modos imposibles y matando malos sin cuento. En el fondo, y aunque la parafernalia seudo política lo disfrace un poco, McClane es un habitante más -más sucio, más dinámico- del mundo de la fantasía. Y siempre es bienvenido.