El último guapo en camiseta
“Abuelo”. Así le dicen ni bien empieza la proyección de Duro de matar: un buen día para morir a John McClane. Es cierto que ya pasaron 25 años desde la primera de las cinco películas con Bruce Willis como el policía, ya veterano y se ve que sin ánimos de jubilarse -anuncian, cómo no, que habrá una sexta-. McClane, con ese gesto entrecerrando los ojos y levantando la nariz, como de oler excremento de Willis, y su camiseta blanca -ahora, con mangas cortas- ya ha detenido a terroristas en Los Angeles y Nueva York.
Ahora salta a Rusia.
No, la película no atrasa 30 años (la trama transcurre en tiempo presente) como para que los malos sean del otro lado de la ya inexistente Cortina de hierro. La -llamémosle- historia tiene a John viajando a Moscú para rescatar de prisión a su hijo Jack (Jai Courtney, de Jack Reacher), apelando a la historia del padre y el hijo que se llevaban mal, pero ante una circunstancia difícil, la sangre tira.
Y vaya que tiran sangre. Balaceras, peleas cuerpo a cuerpo, explosiones, persecuciones por las callecitas de Moscú destrozando autos -noten el sedán azul que, estacionado con la puerta abierta, chocan no una sino dos veces-: no falta nada, pero falta algo. McClane en la película original, dirigida por John McTiernan (1988), era un outsider, enfrentando a un grupo terrorista que tenía apresados rehenes en un edificio en Los Angeles. Era él solo contra el mundo. Tenía que ingeniárselas. Justo lo que aquí no abunda: ingenio en la construcción del personaje y las situaciones.
Ahora está peleando con su hijo, en verdad un agente de la CIA tratando de liberar a un preso político que puede hundir a un funcionario ruso.
Que el malvado de turno -no el funcionario de traje, sino el que se ensucia las manos- masque zanahoria cual émulo de Bugs Bunny no es más que una nota de color. Que McClane transpire su pelada, caiga de alturas increíbles, atraviese ventanas -el vidrio roto siempre rinde como efecto cinematográfico- y siga en pie, apenas manchando su mítica camiseta, ya es un rasgo de humor. Porque McClane no es un superhéroe, no tiene superpoderes. Pero hay algo en su ADN.
“¿No es siempre por dinero?”, se burla Willis/McClane del trabajo de los malos. Y, si él lo dice...