Podríamos empezar -como casi siempre que hay algo parecido a un autor detrás de cámara- mencionando a Cristian Bernard, pero en Ecos de un crimen casi no quedan vestigios del co-creador de 76-89-03 y Regresados. Es, en el mejor de los casos, una dirección por encargo, el caso de un realizador contratado para llevar a buen puerto un guion ajeno, pero incluso con las limitaciones del caso la experiencia en ese terreno resulta decepcionante.
El principal problema de Ecos de un crimen es que parte de un guion pretencioso en su estructura, pero que al mismo tiempo no hace más que reciclar elementos ya trabajados en miles de thrillers psicológicos con elementos terroríficos con Stephen King como principal referente. Aquí hay un escritor perturbado, una invasión a la privacidad, accidentes en el bosque en medio de un aguacero, un crimen con muy diversas causas y posibles resoluciones, y un juego pendular (y manipulatorio) según el cual todo lo que vamos viendo podría ser parte de la imaginación perversa, paranoias, pesadillas, traumas e invenciones del autor. Si en ese planteo ya se acumulan unos cuantos lugares comunes del género, el resultado final no hace más que defraudar las expectativas creadas. Algo así como una batidora de ingredientes conocidos, cuya mezcla final deja un regusto muy poco sabroso.
Julián Lemar (Diego Peretti) es un escritor de best sellers -ha creado la saga literaria de El Escorpión, cuyo éxito editorial ha llevado sus historias al universo audiovisual- que está en medio de un bloqueo creativo por diversos problemas anímicos (¿mentales?). Con la idea de encontrar un ámbito bucólico que lo serene y le devuelva la inspiración perdida, se instala junto a su esposa (Julieta Cardinali), su hija y su bebé en una hermosa casona ubicada junto a un bosque y cerca de un lago. Tormenta, corte de luz, llegada de una joven en crisis (Carla Quevedo) que asegura que su pareja (Diego Cremonesi) ha matado a su hijo y ahora quiere asesinarla.
Ecos de un crimen está lleno de planteos inquietantes (cuando creemos haber aceptado una versión de los hechos, la escena siguiente nos ofrece otra completamente distinta), locaciones imponentes y ciertos planos que -analizados de forma independiente- son muy virtuosos. El problema, otra vez, es el conjunto, la sumatoria, el balance a la hora de alcanzar el verosímil, construir suspenso, generar tensión y ofrecer un desenlace a la altura. Es allí donde este thriller surge como un ejercicio de género artificioso, fallido y frustrante.