MIL GRITOS TIENE LA NOCHE
Un escritor llamado Julián Lemar (Diego Peretti) emprende un viaje junto a su familia a una casa en una parte remota de Provincia de Buenos Aires, en la búsqueda de culminar la sanación de una serie de episodios de ansiedad y trastornos varios. Lo que aparenta ser un retiro de descanso no lo es para él, porque desde un comienzo sus actitudes son repelentes a un contexto soñado por la fastuosidad del caserón, la tranquilidad de estar sin vecinos cerca, el acompañamiento familiar y la posibilidad de terminar el último libro de una saga exitosa. Toda esta enumeración se convierte en la lista de una pesadilla a partir de la irrupción nocturna por parte de una desconocida en estado de shock, clamando que su marido mató a su bebé y ahora está tras ella.
El thriller psicológico es un género fértil, en especial para las plataformas de streaming, porque sus mecanismos funcionan a base de repetición con mucha facilidad. Las multiplicidades de respuestas sobre un hecho se presentan como viables si el verosímil tiene un mínimo de resistencia y, en el caso de Ecos de un crimen, todo se simplifica a: ¿Esto sucedió en realidad o solo pasó en la mente del protagonista? El esquematismo es binario, no hay un desvío en el horizonte narrativo. El guion de Gabriel Korenfeld (Permitidos) es mecánico, ni siquiera brota un desliz lúdico a pesar de los esfuerzos del director Cristian Bernard por colmar a la ausencia de novedad al armar puestas de cámara y de escena, que se potenciarían en un texto menos condescendiente a los pedidos actuales de aquellos que manejan la programación de los consumos audiovisuales.
Es destacable que Bernard, en su espíritu de una cinefilia rara para un realizador argentino por ser confeso amante del cine de los 70, pudiera en varios pasajes establecer momentos de tensión por las estrategias estéticas elegidas. Muchas de ellas son citas a películas como Blow Out (1981) de Brian de Palma, por señalar una. Después de dos décadas de 76-89-03, película bisagra del cine argentino que codirigió junto a Flavio Nardini, resultaba intrigante saber qué podía deparar de un primer trabajo por encargo para la industria. Más aún por parte de un director valiente, diferente dentro de la “raza” de realizadores argentinos poco afectos a la cinefilia. Lamentablemente, este intento de Bernard es fallido por no poder romper esos márgenes del thriller psicológico. Ecos de un crimen es un cóctel de Identidad de James Mangold, La ventana secreta de David Koepp y, en menor medida, de El resplandor de Stanley Kubrick. El gran problema no lo componen estas referencias transparentes sino la falta de elementos propios del lugar donde se hizo, en términos culturales e históricos. Es ahí donde las directivas de los streaming apuntan: producir cada vez más contenidos universales y menos locales. La gran consecuencia que esto trae es -también- la universalización de las demandas y, por ende, lo que se presenta como una expectativa a futuro en aquello que se espera ver.