Las películas sobre escritores ficticios, traumados en igual medida que puestos en peligro de vida, constituyen todo un género en sí. La mente se pone en blanco, el writer’s block ejecuta su estocada final. Vaciada la imaginación y consumado el episodio de crisis creativa, no hay nada mejor que buscar un destino desconocido, fuera de toda zona conocida con tal de estimular a las renuentes musas. Se trabaja bajo presión, la editorial nos exige la entrega de la versión final sobre la última secuela de aquella franquicia furor de ventas. Así es que el cine, aún a riesgo de reformular recetas preconcebidas hasta el cansancio, ha fraguado interesantes relatos como el policial onírico «La Ventana Secreta» (2004), de David Koeep. Pensemos en el escándalo inesperado que echa a andar la asfixiante maquinaria de «El Escritor Fantasma» (2010), de Roman Polanski. Todo un referente por sí mismo lo constituye «Misery» (1990), sobre la novela de Stephen King y dirigida por Rob Reiner: estábamos advertidos, los fanatismos extremos pueden concluir de la peor manera. Podrían acopiarse, todas y cada una de ellas, bajo la infinita saga sustentada ‘bajo hechos reales’. Stranger than fiction…
Veintitrés años han pasado de aquella gema de culto del cine independiente argentino. El relato en blanco y negro «76 89 03» iluminó al cine argentino de fin de siglo. ¿Qué rastros de aquella búsqueda estética quedan en el director y guionista Cristian Bernard?. «Ecos de un Crimen» es un producto de género, una manufactura del cine comercial. Respeta todos los estereotipos, a pies juntillas cumple con el probado ABC de manual. Cuenta con financiación extranjera (Warner y HBO Max), aspecto que nos lleva a pensar en que estamos frente a un producto serio. ¿Lo estamos? Técnicamente inobjetable, fotografía, banda sonora y puesta en escena se ponen al servicio de un pesadillesco relato en repetitivo bucle. ¿Cómo escapar de aquella realidad que nos atormenta una y otra vez? “Ecos de un Crimen” elige hacerlo de la peor manera posible. Contar con algunos de los mejores intérpretes de nuestro medio (Diego Peretti, Julieta Cardinali, Carola Reyna, Carla Quevedo, Diego Cremonesi) no garantiza el éxito si ninguno de ellos logra dar con un registro verosímil a lo largo de un film en donde los minutos comienzan a pesar. Lejos de adentrarnos en descubrir el misterio, la propuesta acaba por colmar nuestra paciencia, apenas promediando el metraje. Todo lo exhibido a nivel narrativo ya fue abordado previamente por Hollywood. Pero no somos Hollywood, ni siquiera una decente copia.
Aquí, Bernard ensaya un facsímil razonable de Stephen King, pero cae en el absurdo. Abundan autos que intimidan, tormentas que convierten en tétrica a una noche sin energía eléctrica, parásitos que satanizan a infantes, objetos filosos que consuman el último fetiche hitchcockiano…y sí, sangre en la ducha. El pobre Peretti busca señal de telefonía celular bajo la lluvia, y cae víctima de diálogos pueriles. Para muestra basta un botón, decisiones como estas son las que hunden a la película en el fango de la mediocridad. Gritos, llantos, golpes, insultos y susurros que caen en la indiferencia, si es que no rozan el ridículo. Una mirada a la paternidad, otra a la infidelidad, y otra a la vocación. Traumas, filias, fobias y símbolos que resguarda una misteriosa pared. Todo es circular. Un duermevela en loop. Ya poco importa si el personaje de Diego Cremonesi solo vive en su fantasía si la bestia creada por el escritor se ha vuelto en su contra. De las musas y los alter ego vivimos y morimos, bichos raros somos los escritores. La proyección onírica que hace el escritor atrapado en su laberinto no maravillaría especialmente a Sigmund Freud. Su encierro hospitalario nos recuerda a a Norman Bates. Mientras, Hannibal Lecter llora lágrimas de mármol. Tanto pesa en la tradición del thriller de esta estirpe las pronunciadas lagunas creativas del film en cuestión. El eco se hace cada vez más endeble. Está bien no creer sin cuestionar, ni digerir sin masticar el primer truco que se nos quiere vender. A tan bajo costo artístico, “Ecos de un Crimen” no sabe, no quiere o no puede cerrar la historia de modo más convincente. Una gran decepción para el cine nacional.