Lo más sobresaliente de Ecosistemas de la Costanera Sur es su carácter de rareza. Fabián Arenillas es el primer actor que aparece en escena. Lo hace comiéndose un choripán en los clásicos carritos del lugar mientras, entre bocado y bocado, cuenta brevemente su historia: la importancia social, los proyectos faraónicos de la dictadura y su actual carácter de reservorio verde a la vera de una ciudad cada vez más cubierta de cemento y ladrillos. Es, quizás, lo más parecido a una secuencia “convencional” que entregará el film durante sus poco más de 70 minutos.
La idea central, según cuenta en off el propio realizador, era hacer una película sobre esa zona de la Ciudad de Buenos Aires, aunque no de la manera tradicional (“Toda la información está en Wikipedia”, dice), sino a través del cine. Es, entonces, un documental sobre la Costanera pero también uno sobre el propio documental, en línea con varios títulos recientes que siguieron un recorrido narrativo similar.
A las reflexiones sobre la realización se suma una serie de subtramas que intentan narrar la Costanera recurriendo a microhistorias vinculadas con el cine y casi siempre a través del humor, como si la propia película asumiera su condición de juego, de experimento. Habrá una sobre la realización de un film de terror de bajísimo presupuesto –y la relación entre el director y su novia actriz-, otra que aborda las historias las algunas construcciones clásicas y uno con eje en el formato Súper-8 con una suerte de backstage de un corto experimental filmado por Paulo Pécora.
Lo particular de Ecosistemas de la Costanera Sur es la libertad absoluta con que se aproxima a su objeto de estudio. El problema es que esa libertad coquetea por momentos con lo caprichoso y arbitrario, volviendo la película algo caótica cuando sale de su cauce. No obstante, el nuevo trabajo de Matías Szulansky -que ya mostrado una voz particular en Astrogauchos- es una apuesta por el riesgo en un contexto donde los documentales suelen contentarse con fórmulas seguras.