Acá no hay fantasmas ni extraterrestres ni monstruos abominables a la vista. El verdadero peligro palpita en la condición humana. Cuando la violencia se dispara, no hay con qué detenerla. Lo vemos a diario en los noticieros. En este caso, el esquema básico del relato, de entrada puede sonar a lugar común, pero alberga sorpresas. Una joven pareja planea un fin de semana romántico en medio de un bosque junto a un lago de almanaque. Aquí es cuando esperamos la llegada de alguna presencia abominable. Pero no aparece Jason ni ningún otro asesino serial. Simplemente, se topan con unos muchachones algo pendencieros y con bastante alcohol encima, que juegan a provocarlos torpemente cuando salen de bañarse en el lago. El enfrentamiento podría no pasar a mayores, pero de repente un gesto o una palabra de más desatan el horror. La pandilla se pasa de la raya y habrá que responder con las armas que tengan a mano. La película de Watkins remite a títulos emblemáticos del género como “Deliverance” o “Perros de paja”. De pronto, Jenny y Steve ya no son los mismos. Puestos a defender su pellejo, descubren su costado de animales al acecho, sucios, heridos, moviéndose a ciegas en ese paraje que desconocen. El sueño romántico de un par de días en un marco paradisíaco fue barrido de golpe por una realidad brutal. La pregunta básica sería: puestos a defendernos, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Sin duda, hasta el fin, cuando se trata de matar o morir. Aclaremos, por si hace falta, que el desenlace no es nada amable ni tranquilizador. El infierno está en nosotros.