El paraíso perdido
Ambientada en la escena de la música house de los últimos 25 años, Mia Hansen-Løve (El Padre de mis Hijos, 2009) se corre con Eden (2014) de la típica película que cuenta historias de jóvenes lindos, famosos y adinerados para centrarse en aquellos perdedores que pese a lucharla quedaron a mitad de camino.
Eden comienza en el año 1992, cuando Paul (Félix De Givry), un joven que frecuenta la escena electrónica parisina ve la posibilidad de convertirse en DJ. Con el ímpetu de la edad, crea con su amigo Stan (Hugo Conzelman) un dúo de garage (un subgénero de música house que tuvo una breve popularidad) llamado Cheers, con el que comenzarán a tocar en discotecas de moda junto junto con artistas como Daft Punk, que saltarían a la fama poco tiempo después.
Paul quiere ser DJ y poder vivir de eso aunque la inestabilidad laboral hace que termine siendo mantenido por su madre. Ésta no solo lo ayuda económicamente, sino también con las crisis por el consumo desmedido de cocaína, con la muerte de uno de sus mejores amigos y con el desfile de novias que deambulan por su departamento, entre las que se encuentra la neoyorquina Julia (Greta Gerwig) y la bipolar de Louise (Pauline Etienne).
En la cima de su efímera fama, el grupo consigue unas fechas para tocar en Nueva York, la cuna de la música electrónica, pero tras una performance en vivo en el legendario PS1 del MoMA, todo deviene en una precipitosa caída libre sin ningún tipo de amortiguación.
La directora explora en detalle la lucha del protagonista por ganarse la vida haciendo lo que le gusta. Se trata de un tópico con el que la mayoría de los jóvenes de clase media puede sentirse identificado, y, aunque sigue conteniéndose significativamente a la hora de hacer uso de cualquier tipo de sentimentalismo, el largo derrotero que emprende con sus personajes muestra una faceta suya de mayor sensibilidad con respecto a su filmografía anterior.
A pesar de sus más de dos horas y media de metraje y la utilización de una temporalidad que recorre más de veinte años, Eden no parece comprimida ni indulgente, y le brinda al espectador el tiempo y el espacio mental suficientes para conocer en profundidad a Paul, que Félix De Givry encarna con realismo y gran consciencia interpretativa de las características tanto del personaje como del universo que habita, donde el trasfondo de la música house parisina no es más que la excusa para desarrollar una historia de desamor sobre jóvenes que quedaron a mitad de camino.