¿Qué es el cielo para un profesional? ¿El poder alcanzar las metas establecidas y mantenerse en lo más alto de la actividad? o ¿el sumar a su carrera la posibilidad de un crecimiento sostenido que además se corresponda con una vida social y amorosa respetable?
Para Mia Hansen-Løve todas las respuestas confluirán en “Edén” (Francia, 2015), su tercer largometraje, en el que el mundo de la música será tan sólo la excusa para poder hablar de una generación, y, principalmente, ver como ésta aprovechó el boom de la movida electrónica en Francia para poder construir una carrera que nada tenía que ver con las rutinas tradicionales de trabajo.
Hansen-Løve intenta, y lo logra, abarcar más de una década musical para concentrarse en los pormenores y problemas de jóvenes que pudieron aprovechar al máximo el crecimiento de la industria al compás de una bonanza económica, hasta, claro está, que la inevitable exposición a drogas duras y al descubrimiento de un vacío existencial sólo profundizó aún más las crisis y miedos personales que ya nada tenían que ver con la exagerada y barroca puesta con la que se enfrentaban a diario.
“Edén” se enfoca en Paul (Félix de Givry) un joven que desea triunfar con un dúo haciendo mezclas y que encuentra en la música “garage” la posibilidad de acercarse al éxito rápidamente.
Pero mientras avanza en su carrera, y se reparte entre la noche y la vida a contracorriente de los demás, conoce a Louise (Pauline Etienne en un papel contemporáneo, completamente diferente al que nos ofreció recientemente en “La Religiosa”) una joven impulsiva por la que dejará a sus conquistas anteriores de lado y por las que deberá ceder ante algunos reclamos que le haga.
Con el grupo de amigos bohemios que posee se repartirá entre fiestas, salidas y la exposición, que están a la hora del día, sabiendo muy a su pesar, que las consecuencias a este estilo de vida algún día le harán dar cuenta de todo lo que no logró en su momento y por lo que cedió a la tentación.
Pero a Paul no le interesa pensar en eso ahora, y a medida que en su carrera de DJ logra sumar cada vez más éxitos, pero a nivel personal, el desorden va ganando y avanzando sin siquiera poder advertir el deterioro que casi una década lo va marcando a fuego.
Dependiendo en algunos momentos económicamente de su madre, quien le reclama constantemente la falta de compromiso y de asumir responsabilidades “adultas”, Paul seguirá adelante con su proyecto a pesar que en el camino comience a perder personas, oportunidades y, principalmente, a él mismo en un laberinto en el que la música será su peor enemigo.
Hansen-Løve reconstruye musicalmente un período clave en la historia de la música, dividiendo a su filme en dos capítulos que intentan abarcar lo inabarcable de la existencia de seres que proyectan sus sueños hacia el espacio fanatizados por una cultura que les pertenece porque ellos mismos la forjaron.
La melancolía que se desprende en cada una de las escenas, potenciadas por la división en capítulos (2) que la directora utiliza a manera de separación entre los momentos de la vida de Paul, una montaña rusa de emociones en la que la música será el acompañante ideal para poder sobrevivir al desgaste y al deterioro físico y mental que lo atosiga y que le imposibilita ver con claridad el embrollo en el que se encuentra metido.