Hay un libro que recomiendo, se llama “La imagen justa. Cine Argentino y política (1980-2007)”, está escrito por Ana Amado, querida profesora y teórica del cine, fallecida en el 2016, en el que se analizan distintos vínculos entre lo político, lo social, lo estético, lo poético y también lo ético.
Hay un capítulo en especial, que es el dedicado al cine realizado por los hijos de desaparecidos (M de Nicolás Prividera, Los rubios, de Albertina Carri o Papá Iván, de Inés Roqué por ejemplo) donde se analiza estos relatos estatutarios del cine argentino y el largo camino recorrido por ellos como “relatos teleológicos del amor y de la guerra”, que aquí Amado cita a Miguel Dalmaroni para entender estas nuevas subjetividades que vuelven una y otra vez a esta memoria siempre en construcción.
Salvo por el hecho que en esta película que se estrena el próximo 6 de abril, la historia no es la de la directora, sino que se trata de la de Rogelio, Jazmín y Rolando, los tres hijos del dr. Agustín Goiburú, (el opositor político más importante al régimen de Stroessner en Paraguay, desaparecido en el marco del Plan Cóndor durante las dictaduras cívico militares de Paraguay y Argentina en el año 78), los mecanismos que se presentan son algunos de los que operan en aquellas películas mencionadas. Aquí, los hijos narran de modo testimonial la historia de su padre. El dispositivo es abierto, multidimensional, hecho de capas temporales a través de recursos visuales y sonoros superpuestos, silencios y sonidos, planos largos y planos cortos en ritmo que sólo el film comprende.
Reconocida por su primer largometraje, Hamaca paraguaya, ganadora por ejemplo del Premio Fipresci en Cannes 2006, Ejercicios de memoria, Paz, Encina mantiene aquí una coherencia estética y formal realmente llamativas. Se trata de su segundo film, producido en conjunto con Argentina, Paraguay, Francia, Alemania y Qatar.
Hablaba de las capas de sentidos a las que apela la realizadora paraguaya: sonidos (el del agua, , el del canto de los pájaros y las chicharras, los insectos, los ladridos de perros o el chirrido de una puerta), imágenes (árboles, río, caballos, senderos en la selva, reflejos en las ventanas, interiores antiguos en medio de la selva comidos por las plantas, el polvillo que se percibe suavemente en el rayo de sol en el cuarto). Todo ese aparato sensorial tiene que ver con los impecables trabajos de Guido Beremblum en sonido y de Matías Mesa en fotografía. Encina se detiene en estos elementos con la paciencia de la contemplación que había tensionado al extremo en Hamaca paraguaya, 10 años atrás. Ahí la primera huella de esa coherencia.
El modo poético del film asoma ya en los primeros minutos a través de la voz en over de un niño que nada por debajo del agua y que habla de las plegarias de su bisabuelo, de su abuelo o de su madre honrando a Dios en el monte. El vínculo con la naturaleza está planteada a lo largo de toda la película: tiene que ver con el sentido mismo de la construcción de esa memoria que es, básicamente, la narración de otra narración, la de la infancia “me contaron de dejar las cosas, de perder las cosas; me hablaron de miles de casas, las ciudades, los barrios y de una bufanda rosada con la que ataban armas”, dice una voz mientras el tic tac del reloj recuerda que hay un tiempo presente debajo de esa voz que remite a un tiempo pasado.
La infancia es el germen de todo y allí irán los niños caminando por la selva entre restos de construcciones abandonadas, o un poco más adelante en el relato, los jóvenes y sus caballos en el medio del monte, o en uno de los momentos más bellos del film cuando se bañan en el río. Interesante ese juego visual de contraposición entre la libertad y el exilio.
En el principio, Ramón Ayala suena desde su canción “Mi pequeño amor” superponiendo esas imágenes íntimas con una canción íntima, haciendo que esto sea lo que prima sobre lo otro: lo político entra en el film a los 17 minutos a través de fotografías policiales y las voces narradoras de los hijos, ahora adultos, que se sobreenciman con imágenes no esclarecedoras o descriptivas, sino más asociativas y sensoriales
Son buenos los tiempos que para volver a recuperar estos temas: Ejercicios de memoria es un film sobre la memoria pero también es un film sobre los sentidos, se estrena este jueves y significa el retorno al largometraje de una directora que prometía muchísimo ya en su ópera prima.