Un bello y sensible ensayo sobre las secuelas de la dictadura de Stroessner en el ámbito familiar a cargo de la directora de Hamaca paraguaya.
Este sutil y elegante documental de la realizadora paraguaya –su primer largometraje desde la celebrada ópera prima Hamaca paraguaya— es un film que intenta lidiar con el pasado de su país, que estuvo bajo una dictadura, la de Alfredo Stroessner, por 35 años. El eje son los recuerdos que los tres hijos de Agustín Goiburú comparten acerca de su historia familiar y de los años de militancia política de su padre, que acabaron en 1977 cuando este lider opositor fue asesinado por las fuerzas en el poder.
Pero las elecciones de Encina son más poéticas y elusivas de lo que esa descripción parece hacer referencia. La directora dedica buen tiempo de este breve film a mostrar paisajes y ámbitos silenciosos, planos de una suerte de vacío emocional (el recorrido incluye varios de los lugares en los que vivieron los protagonistas, tanto en Paraguay como en Argentina) que complementan de tanto en tanto las palabras de los entrevistados, dejando en claro esa suerte de “tierra arrasada” que dejó la dictadura más larga de América Latina.
Para Encina, que viene de una situación familiar similar, esta suerte de exorcismo sobre la cruenta herencia de la dictadura paraguaya es también un ejercicio de reflexión personal pero, a diferencia de la mayoría de las películas que analizan estos temas, construye una narración más elegíaca que, sin evadir las referencias políticas específicas, se atraviesa más como una especie de sombrío y doloroso recorrido en imágenes por un pasado difícil de un país que, a diferencia del nuestro, no tiene todavía suficientes historias cinematográficas que miren de frente a esas décadas de horror.