El 5 de Talleres es una película sobre fútbol pero a la vez es mucho más que eso. De hecho, una de sus mejores escenas no tiene que ver con el deporte sino con la música: “Patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe), un futbolista de 35 años a punto de retirarse, entra en una tienda de instrumentos musicales porque quiere comprar una guitarra. De repente escucha que alguien por ahí está tocando un bajo con una pericia notable: quien toca es un chico que no debe tener más de diez años. Patón lo observa con admiración y tristeza al intuir que quizás para él ese camino ya quedó atrás. Tal vez sea demasiado tarde para resucitar su afición por la música. Quizás ya pasó la mejor época para encarar algunas cosas… o quizás no.
¿Qué nos define? ¿Aquel deseo que elegimos seguir cuando éramos adolescentes? ¿Es posible empezar de nuevo cuando sentimos que ya dimos lo mejor de nosotros? El 5 de Talleres es también una película sobre la identidad. Su director, Adrián Biniez, se dedicó a la música antes de abocarse al cine. Nació y vivió en el partido de Lanús hasta los 29 años, y luego se mudó a Uruguay, su país de residencia desde hace una década. Fue ahí donde rodó su ópera prima, Gigante (2009), aunque a la hora de hacer su segundo film decidió volver a cruzar el charco para contar una historia sobre el club de fútbol de su barrio, Remedios de Escalada. Y así llegamos a la presentación de la película en el marco del 29º Festival de Mar del Plata. Allí conversé con el realizador acerca del film.
- Uno de los hallazgos de la película tiene que ver con la frescura que transmite la relación entre los protagonistas, Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, que son pareja en la vida real. ¿Ya conocías su situación cuando los elegiste?
- No, para nada. Primero escribí la película y después empecé a pensar quiénes podrían ser los protagonistas, hasta que en un Bafici vi un corto en donde estaba Julieta y enseguida sentí que tenía que ser ella. Y lo de Esteban surgió después, pero yo no sabía que ellos estaban juntos en la vida real. Nunca pensé que podía llegar a conseguir dos actores que fueran pareja. Ya me gustaban ellos por separado, así que lo que se dio finalmente fue buenísimo. Fue como una revelación.
- Hay un registro muy sutil de los mecanismos cotidianos que hacen a la convivencia. Da la impresión de que te importa más mostrar cómo gravita la pareja en la crisis de un hombre antes de detenerte en las explosiones o las situaciones límite.
- A mí me interesaba mostrar una pareja que no necesariamente estuviera en un momento de crisis. Tenían que tener sus problemas de convivencia, obviamente, como cualquiera, pero no quería mostrar el principio de una pareja ni una crisis final, porque ya lo había visto muchas veces en el cine. Hay muchas de esas películas que son muy buenas, pero no quería contar otra historia de ese tipo. Además, desde el principio, mi consigna fue no agregar otro quilombo más a la trama porque Patón ya tenía suficiente con la cuestión del retiro. Yo quería mostrar una pareja que acompaña. Una pareja unida.
- Es raro, porque continuamente el relato parece prepararnos para ver la gran pelea de la pareja, pero no. Enseguida se reconcilian.
- Eso lo buscamos en el ritmo de la película. Pensamos mucho las elipsis y creo que en la secuencia de Tandil se ve muy bien. Ellos se pelean, se joden, se va cada uno por su lado, pero no es que después viene la típica escena del "puchero”. Hay un corte y al toque ellos ya están arreglados, y no tenés que contar todo para darte cuenta de cómo funciona la cosa. Creo que ahí aparece algo de lo real, porque eso muestra cómo muchos nos manejamos en el día a día.
- Por otro lado aparece el tema del fútbol. ¿Cómo se fueron integrando estos dos ejes de la trama?
- Desde el principio yo sabía que iba a ser una película sobre una pareja, pero después tuve que buscar el equilibrio porque también es una historia sobre un deportista, y tenía que estar la cuestión personal, la cuestión del grupo y de la comunidad. Encontrar el equilibrio, desde el guión y la edición, tal vez fue uno de los aspectos más complicados. Y otro de los dilemas fue cuántas escenas de fútbol había que incluir, y cuántas le aportaban realmente algo al relato. No es fácil filmar el fútbol, y a la vez nos vimos limitados por una cuestión básica de la trama: al personaje lo expulsan por ocho fechas y entonces, cuando él vuelve a la cancha, ya pasó casi toda la película.
- Creo que la película logra algo muy difícil: narrar una lección de vida sin declamación ni un subrayado en el mensaje. Pero se nota que te interesa mostrar la crisis de identidad de un hombre en la mitad de su vida, y lo que hace para superarla.
- Hay algo que me interesa en la dinámica de él, y es que parece estar "testeando" a todo el mundo, todo el tiempo. Él dice que va a terminar el secundario para ver cómo reaccionan los demás. Parece que no lo va a cumplir, pero finalmente lo hace, y lo mismo pasa con el tema del retiro, cuando dice “Me voy pero no se lo digas a nadie”. Es una forma de tantear a los otros. Creo que esa dinámica le aporta una estructura a la película. Tampoco quería que el desarrollo del guión fuera simplemente cumplir con la premisa, en donde lo único que uno puede esperar es el camino hacia el retiro. Al final él lo hace, sí, pero en el medio tiene dudas y le pasan cosas. Sufre un ataque de pánico mientras está trabajando. Se trata también de ver lo que cuesta tomar decisiones y sostenerlas.
- Pensando en tus búsquedas como cineasta, ¿cómo sentís esta película en comparación con la anterior?
- A diferencia de Gigante, en esta película estoy mucho menos contenido. En mi primera película hay muchos silencios y acá, por el contrario, hay muchos diálogos. A la hora de filmar no me impuse ningún esquema riguroso -palabra que detesto-, porque lo que quería era probar todo lo que surgiera en el momento de la puesta en escena. Una idea de juego constante.