La película anterior de Adrián Biniez, Gigante, había abierto el BAFICI de 2009 y no escapaba a las generales de la ley de ese cine minimalista y de silencios que ya para aquel momento estaba dejando de ser la norma en el cine argentino pero que en los años previos lo fue. Gigante era una película que no corría demasiados riesgos, iba a lo seguro y resultaba redondita.
Seis años tardó Biniez en darnos su segunda película. El panorama del cine argentino es completamente diferente y El 5 de Talleres no tiene casi nada que ver con Gigante más allá del protagonista inmerso en su mundo laboral de clase media-baja. Pero acá no hay minimalismo ni silencios: se trata de una comedia dramática más clásica, costumbrista, ambientada en el mundo del fútbol.
El protagonista es el Patón (un eficiente Esteban Lamothe, acostumbrado ya a los roles de “rústico del interior”), un futbolista que juega de 5 en el club Talleres de Remedios de Escalada, en la Primera C del fútbol argentino. El Patón es un jugador tosco que como todo buen 5 del ascenso tiene fama -justificada- de meter la pierna por demás. Promediando el campeonato, es expulsado y le dan ocho fechas de suspensión. Ya bien entrados los 30, el Patón está cansado de pelearla y decide retirarse al final del campeonato.
La película transcurre entre que el Patón toma la decisión y que la hace efectiva, entre el partido de la expulsión y el último partido del campeonato, y está dividida en capítulos, uno por cada partido, capítulos en los que uno imagina está dividida la propia vida de cualquier jugador.
El 5 de Talleres es una comedia menos amarga que lo que uno imagina porque no termina de zambullirse en el drama de su protagonista que, a la edad en la que todos empezamos a tener la vida un poco más armada, tiene que empezar de nuevo. Biniez prefiere pintar unas viñetas costumbristas, en general muy logradas, pero -igual que pasaba con Gigante- muy poco arriesgadas. La diferencia con Gigante es que esta película y esta historia pedían un poco más de riesgo.
El cine argentino no es muy pródigo en películas deportivas a pesar de que hay pocas cosas más cinematográficas que el deporte, como bien muestran una cantidad enorme de películas norteamericanas hermosas y emocionantes. El 5 de Talleres no es, estrictamente, una película deportiva, pero el último partido del Patón es el momento en el que Biniez debería haber pelado su destreza para filmar un partido de fútbol conmovedor y no lo hace.
Como en Gigante, Biniez va a lo seguro. La diferencia es que El 5 de Talleres pedía a gritos emoción y épica. Nos dejó con las ganas.