Curvas de la vida
El segundo largometraje de Adrián Biniez es una co-producción uruguayo-argentina, como lo fue Gigante, su opera prima que también tuvo un largo recorrido por varios festivales. Ambas apuestan por algo que muy pocos –más bien poquísimos– cineastas actuales han logrado: hacer una película que cuente la historia de personajes reales, personas comunes y corrientes. Dentro de esas personas están el guardia de seguridad de un supermercado en Gigante y, ahora, el capitán de un equipo de fútbol de la C argentina en El 5 de Talleres, con los dilemas e incertidumbres que pueden ocupar la mente de cualquier jugador en la vida real. Patón tiene treinta y cinco años y está a punto de retirarse. Está atravesando una crisis existencial y piensa en cómo enfrentar ese vacío que antes llenaba la pelota; si es hora de terminar la secundaria o de probar suerte con algún emprendimiento junto a su mujer –en la vida real y en la ficción– interpretada por Julieta Zylberberg.
Patón piensa y siente mucho todo el tiempo. Tiene la bondad y la ternura del gigante Jara. Porque la primera incursión de Biniez como cineasta comparte la misma pasión de El 5 de Talleres por tomar personas reales como modelo para la construcción de sus personajes, y de retratarlos como son. Patón es un tipo de barrio, no una estrella internacional y Biniez ya ha demostrado que posee la capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario y durante el proceso, aprovechar las cualidades reales de sus actores para incorporarlas a sus personajes. Un ejemplo de esto es el chiste en el que Patón les dice a sus padres que se va a anotar en la Universidad para estudiar nutrición. Este es un dato verídico en la vida de Esteban Lamothe, ese enigmático rostro del cine independiente argentino, un chico de pueblo que se vino a Buenos Aires para formarse en esa especialidad. El primero que supo aprovechar esa faceta suya fue Santiago Mitre cuando lo dirigió en El estudiante, película en la que el oriundo de Ameghino interpreta a un provinciano que empieza a estudiar en la UBA. Al año siguiente, el actor participó en Villegas de Gonzalo Tobal donde la acción transcurre en la ciudad a la que alude el título, ubicada al noroeste de Buenos Aires al igual que su pueblo natal. El 5 de Talleres recupera la esencia de su personaje en Villegas –la misma ternura, los replanteos existenciales y las incertidumbres laborales–, pero si en aquella era el funeral de un familiar lo que movilizaba al personaje, en esta es una suspensión, lo que sacude al protagonista y lo que lo obliga a replantear su vida para poder comenzar de nuevo haciendo otra cosa. A partir de ahí, empiezan a brotar escenas que logran transmitir una verdad como solamente el cine puede hacerlo. Si bien trabaja tonos menores, en El 5 de Talleres no faltan momentos épicos y enormes como la escena del último partido, con la tensión de las jugadas y la cálida despedida de la hinchada a su jugador figura.
Estamos frente a una película que amaga, se frena y vuelve a arrancar, que avanza de una forma incierta pero segura. Una que tiene la modestia de un pibe de barrio gambeteando entre la melancolía y el realismo que presentan algunos ejemplares del Nuevo Cine Argentino. Como un adolescente tardío en busca de algo que no sabe bien qué es, un chico ostra salido de una película de Ezequiel Acuña con una frescura muy particular y con cierto aire ausente cuando mira, Esteban Lamothe parece el actor ideal para representar ese estado. El 5 de Talleres forma parte de un cine que recupera los sentimientos mediante una historia agridulce que la convierten en una suerte de comedia dramática bastante atípica que logra eludir con inteligencia la tentación de caer en el humor costumbrista argentina. Una película distinta, única, particular, a pura gambeta. Todo un gol olímpico del cine.