Obra que funciona por un director que sabe cómo moverse en el mundillo que retrata
Lo hemos dicho antes. Cuesta creer que en un país como el nuestro haya tan pocas ficciones que giren en torno al fútbol, siendo éste el deporte claramente más popular y más arraigado en nuestra cultura. También es cierto que casi nadie mira para el lado del deporte a la hora de escribir guiones, independientemente del nivel de producción en términos económicos.
Haciendo trabajar las neuronas como una usina a punto de estallar, quien escribe recuerda: los documentales “Amando a Maradona” (2005), un documental sobre fútbol “no afiliado a la AFA”, cuyo título se me escapa (2012), “Mujeres con pelotas” (2013) y “La bandera más larga del mundo” (2013). Por el lado de la ficción, una joyita llamada “La despedida” (2012) en la cual actuaba el “rifle” Pandolfi, “Metegol” (2013) y “Papeles en el viento” (2014). Podríamos considerar el agradable corto “De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba” (2013), incluido en “Historias Breves 8”, o la memorable secuencia de la cancha de Huracán en “El secreto de sus ojos” (convengamos que ya estamos buscando debajo de la alfombra). También hubo un documental sobre “Garrafa” Sanchez y otro sobre Argentinos Juniors, nunca estrenado
No hay vuelta que darle, los números son contundentes. En una cinematografía vernácula que desde hace más de una década supera ampliamente la barrera de los 120 estrenos anuales (promedio) entre circuito comercial y alternativo en todo el país, la pelota y todo lo que gira a su alrededor económica, social, política y culturalmente ha sido directamente ignorado por guionistas y cineastas. ¿No hay historias para contar? Se habla de “leyendas”, de “gloria”, de “gestas deportivas” al referirse al anecdotario de cada club ¿Y los guiones? Es increíblemente paradójico que una de las películas más exitosas de la historia de nuestro cine (“Metegol”) esté dirigida por alguien a quien el fútbol resulta casi indiferente: “De fútbol no sé nada, no me interesa” ha dicho alguna vez el gran Juan José Campanella.
En fin, a este escaso número se suma una pequeña gema, otra aguja en el pajar: “El 5 de Talleres” que por suerte se estrena esta semana. El fútbol aquí no es un mero contexto; sino un gran protagonista de la historia. El “patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe) es un 5 aguerrido, temperamental, calentón, ídolo del club, líder nato y capitán del equipo Talleres de Remedios de Escalada de la división B Metropolitana, que está en pleno campeonato por el ascenso a la B Nacional. Un referente del plantel dentro y fuera de la cancha (peleando los sueldos de todos) que al comienzo de un partido es expulsado de la cancha por juego brusco. A la salida del estadio tiene tres encuentros (un hallazgo de poder de síntesis narrativa): fuera de campo recibe el cariño de un hincha, dentro del plano los saludos de su novia (Juieta Zylberberg) y de su papá (César Bordón), y en contra plano otro hincha (de espaldas, anónimo) que reclama más “huevo”. Es el universo anímico que rodea su vida. Al recibir ocho fechas de suspensión, el “patón” se encuentra por primera vez con tiempo para reflexionar, tiempo que junto a otros factores lo determinan a decidir su retiro del fútbol.
La película de Adrian Biniez tiene, entre sus mejores aciertos, el saludable deseo de contar una historia con la ausencia de un conflicto “tradicional”, centrando la tensión dramática en el planteo existencial del protagonista. No parece costarle tomar esta decisión (más allá de las opiniones de su entorno). Su problema no es el miedo a extrañar el pasado, sino qué hacer con su presente. Terminar el secundario o comprar una guitarra, o formar una banda son las opciones que se presentan como “ciclo no cerrado” y “sueños truncos” respectivamente. El tiempo es tirano cuando no alcanza para hacer todo, pero lo es aún más cuando no se sabe qué hacer con él. Nada es casual en éste guión que se adivina con varias versiones o modificaciones (o sea, bien trabajado). Para empezar, la posición que Bonassiolle ocupa en la cancha es en el medio. El lugar en donde se define la tenencia de la pelota (y de las decisiones). Es quitarle la oportunidad al rival y capitalizar eso en favor de su equipo.
El cinco que batalla, ayuda a la defensa y provee al ataque. Esa claridad de oficio funciona en oposición a su vida de civil. Por eso tampoco es casual que esta historia ocurra en el fútbol del ascenso. Es la categoría que está justo en medio de las cinco del fútbol argentino. Sufre carencias presupuestarias y de otra índole. Un paralelo con una clase media en decadencia de oportunidades pues el “patón” tiene, como casi todos los jugadores de las categorías inferiores, un segundo trabajo como fumigador.
Una propuesta que crece por su auto conciencia de la sencillez y por una dupla actoral cuya química es de lo mejor visto en los últimos años en nuestro cine. Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg ofrecen un naturalismo tan auténtico que parecen venir de una prolongada convivencia real antes de filmar esta película. A ellos se suma un gran César Bordón como el padre y un notable trabajo de Néstor Guzzini como un director técnico a lo Caruso Lombardi, pero sin el humo.
“El 5 de Talleres” funciona de principio a fin por un director que sabe cómo moverse en el mundillo que retrata. Es como si hubiese nacido en el barrio, pero además tiene un ritmo narrativo que distribuye con efectividad los momentos de transición para darle mejor autonomía a un relato que entretiene y atrapa de principio a fin. Adrian Biniez mete al espectador en este contexto y no lo suelta hasta que la historia está contada. Perdón, muy bien contada.