Mirar el 5 de Talleres es meterse dentro de una historia íntima, una que merece ser observada.
¿Qué pasa con los jugadores de fútbol que no la “pegan” en primera división? ¿Qué pasa cuando se retiran?
La película aborda estas cuestiones de manera eficaz y sensible haciendo lucir con todo a la gran dupla protagónica.
Esteban Lamothe interpreta al jugador de categoría baja que uno puede imaginar, donde la frustración es parte de su vida como algo pesado.
Su postura y forma de hablar terminan de definir a un tipo de barrio muy bien flanqueado por su novia (tanto en la ficción como en la vida real, cosa que ayudó mucho) Julieta Zyelberberg.
En todo momento te creés el amor gracias a la química (a veces muy sexual) que hay entre ellos. Un gran casting.
Hay un tercer personaje para resaltar: el club y el barrio, y para quien escribe estas líneas posee un significado extra porque me crié ahí y aunque lo haya abandonado hace años y cambiado por Caballito, el cariño está.
El director Adrián Biniez lo supo retratar muy bien y con detalles que solo captarán los que caminaron esas calles y fueron al club. Algo que en lo cinematográfico lamentablemente no suma.
Tal vez ahí reside el punto flojo de este estreno, muchos se van a quedar afuera y no solo por las referencias barriales de pertenencia sino por su código.
En términos de realización y producción es muy correcta. Se nota que maximizaron todos sus recursos con un buen resultado pero a pesar de sus muchos aciertos, al film te deja con sabor a poco, a la espera de algo más que nunca llega y eso no pasa desapercibido.
El 5 de Talleres es una buena película pero que únicamente se sostiene con sus protagonistas, que por más que sean excelentes no son suficientes para llegar a un nivel de excelencia.
Aún así se deja ver y se pasa un grato momento en la butaca, que es lo que verdaderamente importa.