Retiro voluntario
En El 5 de Talleres, segundo opus del argentino Adrián Biniez -ahora radicado en Uruguay-, no hay partidos históricos o recuperaciones heroicas en el resultado chivo de un enfrentamiento al que se da vuelta desde la entereza y la garra de un equipo del Argentino C como lo es Talleres de Remedios de Escalada; en la segunda película del director de Gigante (2009) se clausura de ante mano la idea de épica y se la reemplaza por la de la cotidianeidad, inclusive desde el micro clima de un vestuario o las instancias de un partido de fútbol, sin que el foco de atención sea precisamente este deporte o los deportistas. El protagonista es un jugador de 35 años, temperamental y muy duro en la marca, que transita por la crisis tanto de la edad como de la identidad y que tiene por objetivo tal vez colgar los botines al final del torneo porque los sueños de juventud, los anhelos de adolescencia, como tocar la guitarra, han quedado en offside hace tiempo.
El Patón (Esteban Lamothe) vive de su trabajo de fumigador junto con su esposa (Julieta Zylberberg) y de lo que le depara su actividad futbolística semi profesional en el club Talleres de Remedios de Escalada. Le deben varios meses de sueldo y dentro del equipo parece líder tanto para la juventud como para otros que se acercan a su edad. Su relación con la dirigencia es un tanto tirante debido a la inestabilidad económica, pero su futuro inmediato parece estar signado por la supervivencia de una clase media baja que, una vez resignada la fuente de trabajo seguro como el fútbol, debe buscar alternativas para que ese hueco no cale demasiado hondo en la pareja, en la convivencia diaria y en la mirada de un entorno que muchas veces criticará la decisión de retirarse a sabiendas de que hay pocas cosas que pueda hacer que no sean correr atrás de la pelota.
Sin embargo, para el Patón la esperanza de revancha o de un nuevo partido nunca se pierde y apoyándose en una esposa contenedora, pero exigente, busca la identidad entre otras búsquedas que a lo largo del film se conectarán con la conflictiva interna del protagonista. Por ejemplo, la dependencia de la mirada del otro o el consejo para seguir adelante, quizá como reflejo distorsionado de lo que implica salir a la cancha y estar expuesto a las puteadas de la hinchada, a la crítica de los periodistas y lo que es peor aún a la autocrítica.
Adrián Biniez se encarga de organizar una puesta en escena que busca en un tono realista reflejar con enorme sutileza narrativa y sin subrayados o golpes de efecto la cotidianeidad, la medianía en el pequeño y gran camino de la vida de estos personajes, quienes tienen por meta la supervivencia con los recursos mínimos con los que cuentan tanto a nivel material como espiritual, siempre adelante el proyecto salvador de un negocio o emprendimiento familiar. Los personajes de El 5 de Talleres son un reflejo constante de un grupo social que muchas veces el cine reduce a determinadas esferas evitando extraer la riqueza de su día a día como parte de una mirada cultural sesgada, que por pereza a veces apela al estereotipo o al contraste básico sin renunciar a modelos de representación elementales y predecibles. No hay una intención por parte del realizador de generar en la película un discurso o manifiesto de clase sino por el contrario tomar la libertad que le supone utilizar una cámara, explotarla sin concesiones, y así finalmente construir un relato para contar una de las tantas historias sencillas que muchas veces pasan desapercibidas y que se conectan desde lo emocional -más que de lo intelectual- con una franja de público bastante amplia que necesita tomar contacto con películas de esta factura, tanto en términos de producción como cinematográficos.