Cormac McCarthy, autor de un par de novelas ya llevadas al cine, como la reconocida No Country for Old Men (Sin lugar para los débiles, de los hermanos Coen), decidió en este caso escribir directamente un guión cinematográfico y entregarlo a una productora. Con la intervención de celebrados artífices del mettier, el resultado es El abogado del crimen, un film verdaderamente estupendo e inusual. “El protagonista es la clásica figura de una tragedia, un hombre decente que se levanta una mañana y decide hacer algo mal porque piensa que eso es lo que necesita. Algunas personas pueden llevar existencias repugnantes, estar en la ilegalidad toda su vida y morir en paz en sus camas, a los 102 años de edad. El abogado no es uno de ellos”, define el propio McCarthy y esa es la esencia del film dirigido por un cineasta enorme como Ridley Scott. Aquí elabora una suerte de thriller con poca acción pero lúcido, filosófico y desesperanzado, con un tratamiento visual y estético –dos legendarios puntos fuertes del director de Blade Runner- redimensionados sin regodeos ni excesos, con cada imagen dosificando en su punto justo esa impronta suya. A pesar de algunas sorpresas y pasajes devastadores en la narración, la trama avanza de manera relajada, característica que abarca todo el largometraje, cuyo título original, The counselor, remite de manera más irónica al infortunio del protagonista. Al significar tanto abogado como “consejero”, veremos que el hombre, en el tramo decisivo del film, debe solicitar paradójica y desesperadamente “consejos” a oscuros personajes para intentar desembarazarse de su situación terminal. Scott logra aquí su más depurado thriller de la última década luego de un par de buenos productos como Red de mentiras y American Gangtser, respaldado por un elenco excepcional en el que conmueve Michael Fassbender y se disfrutan las caracterizaciones de Cameron Diaz y Javier Bardem, entre otros
intérpretes notables.