Parece mentira que un director como Ridley Scott, cultor de la lógica en su filmografía, sea el autor de este estreno. Desde “Los duelistas” (1977) a “Blade Runner” en 1982 (mire qué títulos); pasando por “Gladiador” (2000) o “Prometeo” (2012), con su diseño geométrico de personajes y escenarios. Incluso aquella “1492” (1992) hecha por encargo con un guión de manual y contenido de colegio secundario sobre Cristóbal Colón respetaba los cánones básicos del verosímil, el buen criterio y un gran diseño de arte.
“El abogado del crimen” es la historia del Abogado (a mí no me mire, se llama así), un abogado interpretado por Michael Fassbender de buena posición inmerso en algunos problemas económicos para mantener su status. También, está en pareja con Laura (Penélope Cruz) una mujer instalada en una suerte de limbo, como si viviera en un palacio con su príncipe azul. Se imagina que un hombre de su prestigio no puede andar en bicicleta comprando anillos en la calle Libertad. El Abogado entiende que el mundo del tráfico de estupefacientes es la temática legal más funcional a hacer plata rápido. Acaso también darle prestigio a su buen nombre (si supiéramos como se llama). Su ¿amigo? Reiner, hombre relacionado con el mundillo de la droga y de muy buen pasar, lo conecta con Westray (Brad Pitt). Este último es una suerte de intermediario entre el Abogado y un cartel de drogas en México.
Reiner (Javier Bardem, con más peinado a la ventilador turbo que nunca) anda en compañía de Malkina (Cameron Díaz), bella y enigmática mujer de movimientos sensuales, felinos, también tiene un Edipo mal resuelto y por eso anda teniendo sexo con autos caros. ¿Oyó?, con los autos, no con sus dueños. Sería el primer caso de “cochefilia” de la historia.
Como nadie en el mundo sabe de los peligros de codearse con traficantes, tendremos que ver su modus operandi. También seremos testigo de una serie de peroratas sobre distintos temas por parte los protagonistas: Drogas, riesgos, violencia, sexo… Hay otros discursos. “La realidad de las realidades”, dado por Rubén Blades telefónicamente, compite por ser uno de los más ridículos y desubicados del contexto de toda la historia del cine.
Una película de drogas que intenta mezclar algo de erotismo no tiene nada de malo. El problema es que Ridley Scott se va por las ramas, pero no sólo del relato, también de los personajes, al punto de no quedar claro por qué hacen lo que hacen. Ni hablar de las locaciones. Pocas veces vimos algo tan confuso. Los protagonistas se trasladan de un lado a otro y justo coinciden en encontrarse como en las telenovelas de Migré. Además, el espectador es “sometido” a ver situaciones larguísimas para justificar cuatro segundos (la aparición de Rosie Perez en la cárcel, por ejemplo, sirve para luego ver lo bien que funciona el método alambre para cortar cabezas.
Podría quedar bien y decir que el elenco funciona, pero no, tampoco. Que se nos presente a Javier Bardem como pareja de Cameron Díaz es un capricho mal resuelto ante la ausencia casi total de química. El único diálogo más o menos coherente del film lo mantienen el Abogado y Westray en un bar. Ayuda a instalar el miedo a las consecuencias pero para cuando éstas se manifiestan es demasiado tarde como para que nos importe qué le pasa a cada uno. No extrañaría ver a más de un concurrente preguntándose de qué demonios se trata todo, o algún perdido mirando para arriba tratando de atar alguno de los tantos cabos sueltos en el desarrollo de la narración.
De este modo, “El abogado del crimen” resulta una obra pretenciosa en su intento de darle glamour a una historia sobre la codicia. Si al menos lo fuera también en lo estético habría algún fotograma bonito, pero ni la persecución de un chita a una liebre muestra algo interesante. Parece una de las tantas frases hechas de la película pero realmente: ¡que desperdicio de talento!