El abogado del título se pone ambicioso, avanza en negocios con sus clientes del mundo de la droga (Ciudad Juárez y aledaños, y también del otro lado de la frontera) y pasa lo que pasa. ¿Qué pasa? Lujos, asesinatos de horrible maldad y más maldades en un mundo que puede ser espantoso. ¿Es confuso? La narración de esta película es increíblemente confusa. Increíblemente porque, por más que Ridley Scott tenga varias películas flojas en su filmografía, siempre ha sabido narrar. Acá la desconexión y la arbitrariedad son flagrantes. También lo es el tremendo pifie de los diálogos. Estos personajes ricos y cancheros no logran decir una frase más o menos normal; no dialogan, sueltan una "verdad" tras otra. Hablan las palabras de Cormac McCarthy, el escritor de la novela en que se basó Sin lugar para los débiles, de los hermanos Coen, y que ahora debuta como guionista para cine, a los 80 años.
E l abogado del crimen cinematográfico es una película con muchos actores de primera línea. El abogado sin nombre es Michael Fassbender, que se hace el lindo (es, pero aquí se hace) y el canchero desde el principio, con ese modo de seducción efímero que no es propio de una estrella perdurable. También está Brad Pitt, que puede actuar muy bien o como acá, más canchero todavía. Y está Penélope Cruz en versión en inglés y alejada de cualquier encanto (¡ese diálogo "sexy" inicial!). Y está Javier Bardem, algo así como una parodia de sí mismo, o de alguna otra cosa, con dientes muy blancos. Rubén Blades, por su parte, actúa una conversación telefónica y dispara sus "mil verdades de extracto de personaje literario".
Los desaciertos de esta película de Ridley Scott son abundantes y apabullantes: por ejemplo, esas claves que se consiguen así nomás, esas casualidades que no se explican, ese armado de situaciones que se ven venir en obviedad insoportable (la snuff , el "bolito").
Quizás este relato se podría haber disparatado del todo y ser consumido de modo irónico. Pero no, es en serio: se notan los síntomas burdos de una mirada burda empaquetada de manera más burda aún, esa manera tan contrapicada de filmar el cuerpo que cae en el basural; esas sirenas que se escuchan apenas se ve el plano aéreo de Ciudad Juárez; ese regodeo entre culposo y pornográfico en la sangre, en el cuello, en los dedos cortados; esa manifestación filmada con ojo sociológico y de "informativo sensible". Hay unos leopardos, que podrían haber sido signo del disparate, pero en un diálogo también se aniquilan metafóricamente (hay otra metáfora más permanente con el contenido que se va escapando de un camión atmosférico).
Lo bueno de la película es Cameron Diaz, que probablemente haya entendido que estaba en un bodrio imposible y se jugó a la caricatura más grande en modo pleno delirio (por suerte, su papel no fue para Angelina Jolie, que era la primera opción). Su escena de sexo con (no en) un coche será, con el tiempo, lo único memorable de este desastre.