Ciro Guerra: La estrategia del conquistador persa
El paso de El abrazo de la serpiente, del colombiano Ciro Guerra, por la terna a mejor película extranjera en los Óscar, expresa el movimiento tectónico de una época. Marca la llegada a un cine global y masivo de relatos desde el punto de vista del poblador originario de América. La historia de El abrazo de la serpiente invierte completamente la perspectiva tradicional del cine occidental respecto de la conquista y su concepción del mundo indígena. Es admirablemente astuta en el procedimiento que usa para lograr ese objetivo.
Porque comienza de un modo más bien convencional, si se quiere, con un naturalista alemán que llega en canoa, junto con un indígena más “occidentalizado”, a una alejada orilla del Amazonas, en busca de otro indígena, un guerrero chamán, que al primer contacto con ellos se muestra hostil ante la aparición de un europeo. Poco después sabremos que el chamán vive solo en esas profundidades selváticas, tratando de preservar las tradiciones de su comunidad arrasada por los conquistadores.
El alemán está enfermo y necesita el auxilio del chamán, que primero se niega a ayudarlo dado que considera a los blancos responsables de la catástrofe que viven los pueblos nativos del lugar. Le achaca que él también es parte del etnocidio. El alemán está estudiando las culturas originarias y lo convence de que sus intenciones son nobles. Posee un cuaderno en el que dibuja objetos y figuras de la iconografía indígena, y pretende llevar sus conocimientos sobre esas culturas a Alemania.
La enfermedad del europeo es letal y, para salvarlo, el chamán debe proveerle de una flor con atributos medicinales, característica en la comunidad a la que pertenecía, pero extremadamente difícil de conseguir.
El chamán termina aceptando acompañar al convaleciente, aunque no sin dudas. Hay una escena en la que el cacique de una aldea, que cobija en su itinerario a los tres viajeros, decide quedarse con la brújula del alemán, a cambio de la estadía probablemente, aunque sin haberlo consultado con él. Cuando se están yendo, al darse cuenta que se embarca en la canoa sin su brújula, el alemán pide que le sea devuelta insinuando que se la han robado los miembros de esa comunidad. Pero el cacique se muestra reacio ante el reclamo, dado que es él quien se quiere quedar con la brújula, como le manifiesta rápidamente. El cacique no da el brazo a torcer y el alemán se va enojado del lugar.
Ya navegando en el río, el chamán le dice al alemán que al final es como todos los demás blancos. Él contesta que el sistema de orientación de las comunidades originarias, basado en la observación del cielo, se perderá si aprenden a usar la brújula. El guía de la expedición contra-argumenta que todos tienen derecho a ese conocimiento, que precisamente por ser un conocimiento no debiera ser propiedad del hombre blanco.
Es interesante este planteo que hace el chamán dado que él jamás utilizaría la brújula, ya que es un receloso protector de las leyes de la selva y las tradiciones culturales de su comunidad. Esa es básicamente su lucha: preservar una forma de vida. Al europeo, a cambio de ayudarlo a encontrar la planta que lo curará, lo somete a un régimen de “prohibiciones”, que son aquellas reglas de cuidado del hábitat selvático, fundidas a creencias ancestrales acerca del lugar que ocupa el individuo en el universo. Dichas prohibiciones llevan a que el europeo no pueda alimentarse de pescado, aún cuando necesita recuperar fuerzas por su enfermedad. El chamán tampoco aprueba que quienes lo acompañan lleven consigo una escopeta, dado que considera a las armas de fuego responsables del genocidio indígena.
Como sostiene Julio Cabrera en su nota para esta publicación (finalmente se cumplieron sus pronósticos para los Óscar), en El abrazo de la serpiente se describe el “viaje espiritual sin regreso” de un occidental que busca comprender lo indígena. La película es en sí misma una suerte de travesía interior hacia el corazón de una cultura poco frecuentada por el cine. Pero a la vez que invita a introducirse en esa otra temporalidad o modo de existencia, establece una especie de debate intelectual entre el europeo y el habitante originario de América. Más que un diálogo racional, se trata de una dura confrontación de cosmovisiones políticas y culturales.
Cabrera manifiesta que para él es un misterio la razón por la cual esta película llegó hasta los premios Óscar. Me animaría a arriesgar que las causas de esa nominación responden a la estrategia de la película de presentarse como una cosa, pero en realidad ser absolutamente la contraria. La película comienza con la llegada del europeo “iluminado”, protector de la pureza de la cultura indígena, para luego revertir la situación y mostrar al chamán como el hombre de sapiencia y verdadero legado para la humanidad. Va otorgando, gradualmente, mayor legitimidad al discurso del representante de los pueblos originarios.
Aunque la operación es más sencilla todavía: lo que va cambiando es el lugar desde el que se cuenta el relato. Quien parece el protagonista natural de la historia, el alemán, es reemplazado por el chamán, como lo demuestra el segmento final de la película, que transcurre años más tarde, en que éste último vuelve a ser centro de los acontecimientos.
El alemán termina siendo un ser con vicios de europeo y el indígena no será un ser impoluto tampoco. Vive lleno de resentimiento y, en el fragor de un saqueo de blancos a lo que queda de su antigua aldea, decide quemar la planta medicinal mientras le recrimina al agonizante alemán que ese ataque también es su culpa. Pero años más tarde se arrepentirá de la actitud que tomó en esa ocasión y reparará su falta llevando a otro occidental, esta vez un norteamericano, también interesado en la misma planta sagrada, hasta la instancia ritual de su consumo.
En nota sobre la película, el comentarista Fernando Dorado afirma que el chamán termina dando la razón al indígena que acompaña al alemán en su búsqueda: descubrirá que lo importante es cierta integración definitiva entre los dos mundos que estuvieron enfrentados. Esto se produce en la escena en que el chamán perdona al norteamericano de que haya querido matarlo y lo guía hacia su sanación espiritual.
Hay cierta forma de perdón, o de reconciliación final, en esta historia, que se condice con el planteo presente en la ópera prima del director, La sombra del caminante (2004): un personaje que de niño pierde una pierna y a sus padres en una matanza perpetrada por los paramilitares en Colombia, descubre que la persona que lo ayuda a salir adelante fue uno de los verdugos de su familia. Este drama entre opresor y oprimido se resuelve de modos parecidos en esta obra y la recientemente estrenada por Ciro Guerra.
La sombra del caminante es una película en blanco y negro también, de trama más urbana, con personajes salidos de un cuento casi mágico, pero que habla sobre la cruda realidad de individualismo y falta de solidaridad del presente colombiano. Tiene otros puntos en común con El abrazo de la serpiente, como una planta sanadora y el viaje de autoconocimiento que vive el personaje al conocer al individuo que será su amigo pero que esconderá un secreto terrible sobre su propio pasado.
La segunda película de Ciro Guerra, Los viajes del viento (2009), donde el director se sigue aproximando a la propuesta que hace en El abrazo de la serpiente, muestra la vida interior de una Colombia rural y profundamente indígena. Un personaje que lleva como único equipaje un acordeón rojo con cuernos, que parece dejado en sus manos por el mismísimo diablo, y con el que toca vallenatos como poseído, peregrina junto a un joven mestizo que quiere aprender el arte de la música. También es una historia sobre lazos humanos, parentales y afectivos, viajes de autoconocimiento e iniciación, el arraigo del pensamiento mágico en la cultura americana, el latir de las raíces afro y la sabiduría indígena enclavada en el corazón de montañas ancestrales que irradian al resto del continente.
Un potente discurso de la integración, presente en la obra del colombiano, y que habría que analizar, puede haber ayudado en la nominación. Así como también el hecho de que posea una historia fuerte. Pensándolo un poco creo que un valor que poseen los premios Óscar es que jerarquizan un cine con historias. Las nominadas a película extranjera también participan de esta preeminencia de las historias en el cine. Una serie de acontecimientos que incrementan la tensión dramática, momentos donde el conflicto narrado está en su punto más álgido y los necesarios desenlaces, que mueven a reflexiones o hasta disquisiciones de orden moral. Por todas estas características, creo que la película de Ciro Guerra supo llegar hasta donde llegó.