Es la primera vez que una producción colombiana alcanza una nominación al Oscar al mejor film en idioma extranjero. Tremendo logro del realizador Ciro Guerra no fue sorpresa, la película viene de una trayectoria de bastantes galardones en varios festivales importantes del mundo, entre ellos el Astor de Plata a la mejor película en nuestro Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Al verla se pueden confirmar todos esos laureles, ya que estamos en presencia ante una realización cinematográfica que sobresale por su belleza estética y narración sólida, pausada pero necesaria para desplegar un relato movilizador, con variables geográficas, antropológicas y psicológicas que le dan a la historia una fortaleza que excede los 125 minutos del metraje.
Relatada en dos tiempos, nos encontramos con Karamakate, un anciano que vive en pleno aislamiento en la selva amazónica colombiana. En su momento fue un chamán poderoso, pero ahora padece de pérdidas de memorias y es reticente para cualquier vínculo humano, en especial con el de un hombre blanco, lo que genera un estado de “cómoda” soledad. El conflicto se plantea cuando aparece un etnobotánico norteamericano en busca de la planta Yacruna, que posibilitaría dar capacidad de soñar a aquellos que no la tienen. El chamán debe apelar a su memoria lábil, pero el realizador nos va contando con intensos flashbacks toda una historia vivida años atrás que llevaron al repliegue social del anciano indígena.
Ciro Guerra convierte el film en una especie de road movie por los ríos y paisajes amazónicos, y nos enfrenta a vestigios y secuelas de la colonización depredadora tanto económica como religiosa, que no solo arrasa con ideas y creencias, sino también con vidas y pueblos enteros; se plantea la lucha por la preservación de identidad de algunas tribus y la deforestación natural y cultural de las raíces selváticas. A medida que el vínculo entre estos dos hombres se va construyendo a partir de la necesidad y desconfianza mutua, salen a la luz conflictos no resueltos y el egoísmo puro de la especie para preservarse.
Hablada en nueve idiomas y filmada en 35 mm blanco y negro, que le brinda una inusual belleza a la imagen, sobre todo en una pantalla de cine, cada plano logra transmitir una delicadeza estética hipnótica; es así como la naturaleza amazónica adquiere un mayor relieve visual y las subjetividades de sus personajes se sumergen en un profundo grado de intensidad emocional. Claro que también se da el gusto de abandonar este formato en una lisérgica escena onírica.
El film, además de ser un relato de tramitación del dolor, tiene un valor existencialista muy agudo e inteligente, ya que se cuestiona ciertos preceptos de la sociedad occidental: el aferrarse a los objetos, la riqueza del conocimiento, el respeto hacia culturas que nos causan ajenidad, el valor de las creencias espirituales de cada quien, el concepto de salvajismo y el abuso de colonización religiosa con fines económicos.
Una historia cuestionadora, disparadora, emocional hasta en lo más recóndito y nos transita a un viaje ancestral que interroga nuestras certezas como sociedad “civilizada”.