Poética de la selva
Algo nuevo. Lo que hace Ciro Guerra en su tercera película podría equipararse con las filmografías de directores como Werner Herzog o Terrence Malick, pero serían comparaciones apresuradas. Hay sí una reescritura, una reelaboración de poéticas y narrativas previas, ya existentes, pero siempre en función de ir un poco más allá, de buscar en la inabarcable y abismal selva amazónica un nuevo lenguaje cinematográfico. Las ambiciones son concretadas en toda su extensión y lo que consigue el realizador se despega de otras expresiones cinematográficas para redondear una obra distintiva, personal e impactante desde su ambición.
Basándose en las memorias del etnólogo alemán Theodor Koch-Grunberg (1872-1924) y el biólogo estadounidense Richard Evans Schultes (1915-2001), quienes fueron de los primeros científicos que se animaron a recorrer la Amazonía colombiana, El abrazo de la serpiente -ganadora de la Competencia Internacional del último Festival de Mar del Plata y nominada al Oscar como mejor película hablada en lengua no inglesa- pone en tensión lenguajes y perspectivas sobre el universo, sobre ese ente casi infinito que es la naturaleza y lo insondable que rodea al hombre.
Y en ese camino que recorre a dos puntas en el tiempo, con el chamán Karamakate, último sobreviviente de su tribu, como eje y punto de unión, El abrazo de la serpiente corre las fronteras del lenguaje cinematográfico y cultural, rompe esquemas y zambulle al espectador en una experiencia sobrecogedora, con un trabajo en la fotografía blanco y negro notable, actuaciones sobresalientes (¿cuánto habrá de actuación? ¿Cuánto de pura exposición de la personalidad? ¿Hacía cuánto que no se ponía en crisis la representación de forma tan extrema?) y una perspectiva sobre lo corporal en contacto con el entorno que renueva las esperanzas de que el cine latinoamericano pueda hacerse cargo de los sujetos a los que observa sin paternalismos. El viaje que nos propone la película no nos da tregua, no hay descanso, nos ata al recorrido de los protagonistas y nos hace partícipes de la experiencia.
Guerra corrió los límites de lo observable, para pensar a un otro que posiblemente esté mucho más cercano, y al hacerlo nos obliga a hacernos cargo como espectadores. No hay elusión posible, esa otredad pasa a sentirse como propia, interpela desde su historia particular a nuestra propia historia. Ese logro y esa responsabilidad que otorga el film son inmensamente saludables. En tiempos de cinismo, de negación de la aventura, de la mirada distanciada sobre nuestro propio pasado, El abrazo de la serpiente es una magnífica instancia de descubrimiento, de reivindicación del ser humano sobrepasando sus propios límites, que sacude los estamentos temporales e interrelaciona el pasado con el presente, resignificándolos en cada plano, en cada diálogo, en cada movimiento de los personajes. Guerra se adentró en la selva y volvió con una poética única.