Es imposible no relacionar “El Abrazo de la Serpiente” (Colombia, 2015) con “Fitzcarraldo” y “Aguirre, la ira de Dios”, dos de las más particulares obras de Herzog, o con la literatura de Carlos Castañeda.
El filme de Ciro Guerra es un viaje épico hacia las entrañas de las costumbres indígenas, sin tregua, y que permite la identificación con la historia con su atrapante propuesta visual y su cuidada fotografía.
En el periplo por encontrar el yakruna, una planta sagrada alucinógena, imposible de conseguir fácilmente, Guerra tratará a partir de dos tiempos narrativos consecuentes consolidar su historia, una en la que dos investigadores, uno alemán primero (Jan Bijvoet ) y uno norteamericano luego (Brionne Davies), además de buscar la planta, se relacionarán con Karamakate (Nilbio Torres/ Antonio Bolívar) un indígena sin tribu que deambulará con ellos para también poder lograr encontrar algo que lo termine definiendo.
Porque si bien en una primera etapa el personaje de Karamakate es mostrado como un ser noble y sólido, que junto a los visitantes que llegan también explorará su folklore y tradiciones y cuestionará su origen, en una segunda etapa, ya mayor, se verá envuelto en la búsqueda de la yakruna y a su vez en tratar de remontar su pasado, el que cada vez está más lejos de él.
La llegada de Kuch-Grunberg (Bijovet) con su minucioso sistema de trabajo y de relacionamiento, como así también con información de un mundo completamente distinto al que conoce, uno lleno de posesiones materiales, atado al comercio económico, harán tambalear su mirada sobre el otro, una veta que Guerra buceará hasta concretar una toma de posesión ante los hechos que narra que permite su disfrute a pesar de la crudeza con la que la contraposición de culturas es expuesta.
“El Abrazo de la Serpiente” avanza a paso lento, con imágenes de una belleza única y una puesta consolidada que potencia el extrañamiento por sobre la naturalización de los hechos. Y al tomar este punto de vista, en lo que se gana es en la exploración visual y en la transformación del filme en una experiencia única y personal, con una fuerza imposible de transmitir excepto en la comunión que en la sala a oscuras, frente a la pantalla con la imagen, se puede vivir.
Si en las mencionadas películas de Herzog la otredad se convertía en el mal a superar para poder construir una nueva realidad, aquí el contraste, excepto por el choque con una de las tribus, o en la exigencia de los jesuitas por rechazar al americano, tan sólo será una de las aristas con las que Guerra maneje el relacionamiento entre las dos civilizaciones.
Claramente el filme también se despega cuando utiliza el celuloide como posibilidad. Es decir, cuando el blanco y negro termina por construir una espesura fílmica más allá de la multiplicidad de lenguajes y sentidos con los que trabaja.
El clásico relato de viaje iniciático y a la vez exploratorio, mezclado con la filosofía chamánica y con una estructura narrativa que no da tregua de principio a fin, convierten a “El Abrazo de la Serpiente” en una de las propuestas fílmicas más logradas de los últimos tiempos.