"El acoso": el lugar de las mujeres en la sociedad
El cineasta construye un universo que aunque pueda parecer excesivo por acumulación, es fiel a la realidad que la mayoría de las mujeres atraviesan de forma cotidiana.
No hay temática social más actual que aquella vinculada a las reivindicaciones de los derechos de la mujer. El tema tiene su contraparte en el cuestionamiento del lugar que los hombres siguen ocupando dentro de la sociedad. En la intersección de ambas líneas se encuentran las diferentes formas de abuso que los unos suelen ejercer sobre las otras y que con obvias diferencias de grado signan las relaciones entre ambos. El universo de El acoso, segundo trabajo de ficción de Michal Aviad, cineasta israelí cuya obra visita con más frecuencia el documental, trabaja sobre la representación de distintas instancias en las que se da por sentado que las mujeres deben poner su tiempo, sus necesidades, sus deseos e incluso su libertad a disposición de lo que los distintos hombres que forman parte de su vida dispongan. Por ese camino construye un universo que aunque en algún momento pueda parecer excesivo por acumulación, no deja de ser fiel a la realidad que la mayoría de las mujeres atraviesan de forma cotidiana.
Ya el punto de partida habla de la forma en que las mujeres tienen internalizado este mecanismo. Es que cuando Orna acepta un trabajo como asistente de un empresario de la construcción, lo hace en primer lugar para que su marido pueda mantener el proyecto de llevar adelante su propio y recién abierto restaurant. En el camino la protagonista descubrirá dos cosas. Que su nueva ocupación le lleva más tiempo del que pensaba, en parte por el carácter demandante de su jefe, pero también que le gusta lo que hace, que es muy buena en ello, y que además tiene la posibilidad de ganar mucho más que su esposo. Como ocurre muchas veces en la vida real, esta situación tiene consecuencias en ella, pero también en él, que se siente inseguro teniendo que ocupar un rol secundario en el sostén económico de la familia. Por eso no extraña que en lugar de disfrutar del éxito de Orna se sienta celoso, aunque luche contra la bronca que eso le genera.
Aviad maneja la puesta en escena con austeridad, prescindiendo de elementos ajenos al universo de Orna, protagonista excluyente de El acoso. Esto se hace evidente sobre todo en la ausencia de música incidental, que hubiera aligerado o exagerado el impacto de las diferentes situaciones que el personaje se ve obligado a atravesar. Lo acertado de la decisión se vuelve evidente sobre todo en las escenas en las que el jefe de Orna comienza a manifestar un interés por ella que va mucho más allá no solo de lo laboral, sino de los deseos de la mujer. El uso de música para subrayar emocionalmente este tipo de escenas es una tentación que la directora elude con elegancia. También es cierto que el guión responde a una estructura rígida, demasiado pendiente de incluir los giros, quiebres y clímax donde el manual del buen guionista indica que deben ir, haciendo que el fluir de la narración se vuelva mecánico. Un exceso de prolijidad le saca algo de potencia al relato.