El traficante de ilusiones
La película de Agresti, tanto por su contenido como por los avatares que precedieron a su postergado estreno, cabe perfectamente en el siempre cuestionable grupo etiquetado como obra maestra. También le cabe lo de película de culto y cine maldito, denominaciones que generalmente van de la mano con el desentendimiento del público que suele dar la espalda a las historias no convencionales. “El acto en cuestión”, que se estrena 22 años después de haber sido filmada, con actores argentinos pero con sello holandés, suma a sus contrariedades legales y de todo tipo, el hecho de que su protagonista principal, el actor Carlos Roffé, falleció hace ya una década. Exhibida en ocasiones especiales en su país y en los prestigiosos festivales de Sitges y Cannes, finalmente después de tantos años acaba de llegar a nuestra ciudad, creando desconcierto, rechazo o admiración por partes iguales.
Rodado en blanco y negro, el opus 7 del director es un cóctel que en primer lugar homenajea a la historia del cine y a su personaje, al que trata con cariño y nostalgia, aunque no se lo merezca. Combina la magia del circo con la literatura y la inconfudible picardía criolla. Es para tomarla con admiración y un humor pesimista, como espejo del que también destila el film, a medida que despliega un truco tras otro.
De la omnipotencia a la falibilidad
El acto en cuestión es la biografia imaginaria de un lumpen porteño que, como el protagonista de la novela de Arlt, “El juguete rabioso”, roba libros y los disfruta, a medio camino entre la delincuencia y la megalomanía. Así conocemos a Miguel Quiroga, desocupado ingenioso que vive, mantenido por su mujer, en una pensión laberíntica. Su afición es hurtar un libro por día, en librerías de viejo y leerlos en una sola noche. Hasta que cae entre sus manos un manual de magia donde encuentra un truco para hacer desaparecer y aparecer. Ese es el pasaporte a la fama. El flamante mago autodidacta busca la ayuda del dueño de un circo que, en rol de interesado manager le propondrá atravesar el océano para difundir la maravillosa experiencia, que llegará a despertar el interés del mismísimo Hitler.
Pero la magia no siempre funciona: hay un niño búlgaro al que le lleva dos años su reaparición y algo similar pasa con la torre emblemática de París, que todos sienten desaparecer, menos la francesita, una mujer de la que el mago se enamora y a la cual, en consecuencia, encadena en un amor asfixiante y posesivo. La película no deja de aludir a otras formas de desaparición, pero esa lectura política no es el centro de la fábula narrada sino que lo es la interpelación del mito tan argentino del don nadie que apelando a algunas mentirillas llega a tener fama pero vendiendo en el camino su alma al diablo. La parábola que describe “El acto en cuestión” se parece a tantas letras del tango malevo que narran el devenir de ida y vuelta del chanta argentino: el vende-humo. Aunque también, y a la par, funciona la irónica identificación entre la figura del mago y el rol de cineasta.
Ilusiones, reflexiones y paradojas
Durante buena parte del metraje, el film describe un recorrido ascendente del protagonista, hasta que -luego de la mitad- el periplo se torna cada vez más oscuro. Se profundiza la ambición de que nada se le resista, a pesar de que él mismo proviene de un truco robado. La película da varios giros -incluso del punto de vista-. Uno es pasar del libro ensalzado (la teoría) , al libro superado por la praxis. El manipulador de ilusiones comprende hasta qué punto estamos confundidos con la realidad, cuando regresa con más locura que gloria a su lugar de origen y busca el reencuentro de su amigo (Lorenzo Quinteros, que tiene una clínica de muñecas, oficio desaparecido pero que en la época reconstruida era habitual). Allí, entre maquetas, juguetes y marionetas se permite desplegar la parte más irónica y filosófica de la película, donde resuenan las reflexiones sobre creadores y creaturas. Se evidencia libertad genuina en esta obra sincrética de lo universal y lo local que duda hasta de sí misma. Literalmente, muchas escenas se filman entre humo, con esa atmósfera nubosa que le da la irrealidad de un sueño, que aparece y desaparece imprevistamente, incluso como la magia del cine (la gran protagonista) que concluye cuando se desvanece la oscuridad de la sala.