La relación adúltera que mantienen Sarah y Saleem resulta el punto de conflicto de este relato psicológico con pinceladas de thriller erótico y drama político. A partir de esta premisa, el film explora las tensiones que atraviesa el vínculo de la pareja protagónica, en la medida que el romance entre ambos queda expuesto y ambos se convierten en blanco de las autoridades de seguridad israelí.
Bajo esta circunstancia, el romance adúltero de dos parejas casadas y la toma de conciencia de ambos (ella judía, el palestino) adquiere un cauce político inevitable, punto de quiebre insoslayable. El hecho de que se trate de un lugar geográfico semejante, en donde sus fuerzas del orden ejercen un estricto y extremo control, no resulta un dato menor. Matiz que otorga una dosis extra al affaire, ya que excede el ámbito privado para convertirse en un absoluto tema de estado.
Premiada en numerosos festivales internacionales, esta co-producción entre Palestina y diversas cinematografías europeas nos presenta la historia de un ‘delito’ que puede convertir a ambos amantes en fugitivos de la ley. Escrita por Rami Alayan -hermano del director-, el film no abunda tanto en el factor religioso, sino que prefiere hacer foco en cómo lo político determina cierta toma de decisiones y el destino de la pareja una vez expuesta su traición.
Afirmándose como un sólido ejercicio de reflexión para determinar si es el deseo o el amor (o ambos) los que dominan nuestras emociones y conductas, el film se diversifica mostrando los cuatro puntos de vista de las personas involucradas. Cada uno con sus motivos personales y en propia lucha por preservar el honor personal y el amor propio, los protagonistas de las historias cruzadas se ven inmersos en una encrucijada de dimensiones mayores: la relación prohibida que ambos amantes sostienen no sólo pone en peligro la estabilidad de las parejas, sino, aún más, a sus propias familiares involucrados.
Apelando al costado más emotivo sin volverse melodramática, “El Affaire de Sarah y Saleem” abunda en los riesgos que atraviesa la pareja. En este sentido, las presiones físicas y mentales a las que son sometidas son construidas a modo de alegoría del conflicto que Israel y Palestina han sostenido por décadas: las luchas de poder y las dominancia de uno sobre otro conforman un peligroso juego de influencias, intereses, individualismos y conveniencias que desnuda la naturaleza social de la supremacía, aquí llevada al plano sexual y a las dimensiones que alcanza dicho engaño. Allí la película inclina su balanza acerca del juicio moral sobre sus personajes.
Efectivo a la hora de transmitir las tensiones que suceden entre una Jerusalén polarizada, Muayad Alayan realiza un trabajo de cámara preciso, que potencia el realismo de las actuaciones que ofrece su dúo protagónico. Con pulso firme e intensidad, el realizador construye un relato uniforme e intrigante, donde la mentira consuma la traición y el deseo es inherente a la condición humana.