Espías en el recuerdo
El director británico Guy Ritchie recrea la popular serie "El agente de Cipol" en la película donde estrena dupla de
espías.
Afortunadamente el director Guy Ritchie evitó la solemnidad cuando actualizó la vieja serie de televisión El agente de Cipol (Uncle, en inglés), devenida en película. La misión de Cipol, encomendada por los máximos representantes del poder del espionaje, enlaza los destinos de dos agentes opuestos por idiosincrasia y procedencia: el estadounidense Napoleón Solo (Henry Cavill, el actual intérprete de Superman) y el ruso Illya Kuryakin (Armie Hammer), secundados por Gaby Teller (Alicia Vikander), la chica alemana que busca a su padre.
Ritchie juega con la estética de los años 1960 y hace guiños a los estereotipos del espía, representativos según de qué lado del Muro de Berlín actuara el personaje. El recuerdo de la serie es un background que el director explora y aprovecha, así como los clichés de la narrativa que en tiempos de la Guerra Fría construyó un discurso paralelo, de entretenimiento, al escenario de la gran política y sus daños colaterales.
Reclutados para una misión que revela el riesgo de la bomba atómica en las manos equivocadas (el poderío nazi del pasado reciente es todavía una pesadilla), Solo y Kuryakin protagonizan escenas de acción delirante y momentos de comedia que Ritchie logra con su particular estilo. El director expone las peripecias a través de la lente amable del buen humor, con diálogos muy graciosos, retro y naif, pero efectivos. La sagacidad de los agentes, la belleza e inteligencia de las mujeres y las apariencias con que se esconden los crímenes son el material con que el director divierte, sin caer en la parodia directa. De manera que se salva de la tentación de revivir a los espías de traje, con los modales del Superagente 86.
El espectador disfruta de las ironías con que el director expone los avances tecnológicos que utilizan los espías y la competencia en relación a las comunicaciones. La película pone énfasis en el aspecto de los galanes y sus diferencias: sofisticado Henry Cavill, con atisbos de picardía y una sonrisa perpetua que da risa; en tanto Armie Hammer, más rústico, como un Terminator rubio que vive al borde del ataque sicótico cuando se siente amenazado.
El guion también expone sin dramatismo el lado oscuro de los hombres al servicio de la paz mundial, con datos de archivo que les dan licencias con respecto a la ley y otros detalles que rigen al mundo amenazado. Ambos acarrean huellas familiares y bloquean las emociones de una manera que los vuelve eficaces y graciosos a la vez.
Ritchie ha puesto cuidado en la música y en los inserts de noticias e imágenes de la época que crean la ilusión de esos años dominados por la CIA y la KGB. El diseño de la película de Ritchie es sencillamente estupendo: los teléfonos, las joyas, los peinados, los zapatos y los autos, así como los paisajes de la bella Italia acompañan a los héroes que encontraron la química en la dupla que tiene que sostenerse a fuerza de encanto y obediencia debida.
El director resuelve en segundos el comienzo del desenlace, con pantalla partida y mucho vértigo en la edición, saltos en el relato que el espectador contemporáneo decodifica sin dificultad. Mantiene respetuoso el viejo dogma de los espías con el jefe que se mantiene alejado del riesgo, esta vez, con el inefable Hugh Grant como Waverly, dando órdenes que él mismo no entiende del todo. Nace una saga.