Si los viera el viejo tío
Si lo que Guy Ritchie quería era pasear un par modelitos por la pantalla como si estuvieran en una pasarela, y hacer una oda sixtie con guerra fría incluida, bien podría haber hecho su propia obra sin usa el nombre de una serie mítica. Pero hay que usar marcas conocidas para hacer nuevos productos y que la maquinaria siga funcionando.
Cuestión que el otrora inspirado Ritchie pretende distraernos con sus conocidos artilugios de lo que en realidad es una trama pavota y remanida. Es decir, el viejo truco del villano que se roba una bomba nuclear. Al menos Mel Brooks supo ver en la serie televisiva el material necesario para hacer una parodia. Y eso fue mientras la serie existía, en los sesentas. Cincuenta años después a la industria no le da para hacer algo que esté a la altura de las circunstancias. Y no es que todo esté mal, el primer acto es bueno, predispone a la buena acción y presenta a los personajes de forma muy definida. Tal vez ahí se encuentra uno de los problemas. Los roles. Henry Cavill y Armie Hammer son como un chiste a medio contar, no llegan a ser paródicos y tampoco resultan muy creíbles. Especialmente Hammer, un sujeto insulso, sin carisma, de esos cuyo rostro no perdura un segundo en la mente luego de que alguien que lo vea. De hecho, en "Entourage" deben su gritar su nombre cuando hace el cameo para que el público sepa quien es.
Así, un espía estadounidense y un espía ruso deben trabajar juntos para desbaratar un plan siniestro que pone en jaque la tensa paz que reina en el mundo luego del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Los roles secundarios son más interesantes, especialmente la francesa Elizabeth Debicki, quien hizo todos los deberes necesarios para encarnar a una villana glamorosa y sofisticada; y el alemán Sylvester Groth como un sádico torturador.
Hay escenas sueltas, que sobresalen como un golpe de tambor fuera de tiempo, que sirven para sacarnos del tedio que la falta de ritmo de relato nos impone. Esas escenas nos devuelven algo del Ritchie que conocemos, son como destellos que no alcanzan a compensarnos el aburrimiento que el británico nos hace pasar.