Con un toque personal y auténtico
La historia de dos hermanas, con Facundo Arana en el medio.
Tras la opera prima de Juan Minujín, Vaquero , estrenada la semana pasada, le llega el turno a una actriz pasar del otro lado de la cámara. En este caso, Paula Siero, que estrena El agua del fin del mundo , una película en la que no actúa (como sí lo hace Minujín), pero a la que le encuentra un toque personal y auténtico.
El filme cuenta la historia de dos hermanas, Laura y Adriana, interpretadas por Guadalupe Docampo y Diana Lamas, que deben lidiar con la enfermedad de la segunda -la mayor- a la que parece quedarle pocos meses de vida. El centro será la relación entre ambas y el sueño de Adriana de viajar a Ushuaia antes de morir. El problema, claro, es que no tienen dinero para hacerlo.
Laura se ocupa de Adriana y de su trabajo en un bar, pero su jefe no le da ni el tiempo ni el dinero para programar ese viaje. Adriana es poco lo que puede hacer: dedica su tiempo a pintar su casa, buscando concentrarse en algo. En el medio aparece Martín (Facundo Arana), un músico callejero, alcohólico, que generará algunas rispideces y celos internos (ambas se lo disputan, aunque él parece estar más pendiente de la ginebra que de las chicas) y se suceden algunas recaídas en la salud de Adriana.
El agua del fin del mundo es un filme sencillo, sin muchas vueltas, con un desenlace tal vez demasiado “liviano”, pero que consigue transmitir sus ideas (el cuidado del familiar enfermo y las relaciones complicadas que eso produce; la inesperada solidaridad de los extraños) de forma cuidada y con actuaciones que sostienen con intensidad lo que podría ser, en otras manos, una situación algo desgastante.
Docampo y Lamas dan la química justa para esas hermanas que se pelean y celan, sin caer en el miserabilismo de la “película de enfermos”. Y Arana compone un personaje muy alejado de su modelo habitual: sucio, desprolijo y alcohólico. Igual, claro, las chicas se pelean por él. Eso, se ve, no cambia por la falta de shampú.