(Anti) Cárceles Un grupo de directores, motivados por la idea de realizar un taller de cine en las cárceles e incentivados por su vocación social, ingresan al penal de menores Almafuerte, ubicado en la ciudad de La Plata (Buenos Aires-Argentina). A partir de esa experiencia en conjunto con los detenidos nace El Almafuerte (2009), un documental que retrata las experiencias vividas en ese ámbito sin dejar de lado las expectativas de cada uno de los involucrados al recuperar la libertad. El Almafuerte es un penal de máxima seguridad para menores que han cometido delitos graves y, a su vez, intenta reinsertar a los jóvenes socialmente una vez que hayan cumplido su condena. El taller de cine que dictaron Juan Andrés Martinéz Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano, y que desembocó en un documental, forma parte de un proyecto que nació de un grupo de ciudadanos y que las autoridades deberían imitar. El mayor logro de El Almafuerte es contraponerse tanto en la forma como en la estética a Cárceles (reality show emitido por el canal televisivo argentino Telefe). Mientras que en el segundo se monta un show mediático que convierte a los reclusos en meras y fugaces estrellas televisivas sin ofrecerle herramientas para salir adelante, en el primero se hace todo lo contrario. Los jóvenes que están alojados en el penal no son mostrados ni como “héroes” ni como “demonios” sino como personas conscientes que están en ese lugar para pagar una deuda social, y que encontrarán en el cine una vía de apoyo para poder superarse e incertarse en el sistema. Aunque queda en claro que para algunos recuperar la libertad es una cárcel peor que el encierro involuntario. La forma en que se decide mostrar la experiencia y el resultado final del taller es lo más destacado, dentro de un film que mezcla el making off con las conclusiones de lo realizado por los propios chicos. Una idea interesante es la de no contar por qué cada uno entró a ese lugar, no se da otra información más que sus nombres de pila, no sabremos qué hicieron o por qué cayeron. Tampoco los veremos con sus familias, ni qué hacen cuando no están en el taller, salvo algún caso aislado y que puede resultar innecesario. Un ejemplo es la escena de la escuela o cuando uno de los chicos va a su casa. Escenas que no restan pero que tampoco suman demasiado, y que pueden ser tomadas como golpes bajos que buscan cierta manipulación en el espectador. Estéticamente se utiliza una imagen cruda y sin filtros que se asemeja a la del formato televisivo sin editar, elemento plástico que lo vuelve más naturalista. Es un acierto, por parte del terceto de directores, no utilizar la estética típica del videoclip ni de virar la imagen hacia la saturación del color embelleciendo todo para convertirlo en un espectáculo donde se perdería la esencia de la historia. El Almafuerte es una experiencia única y valedera que debe ser tenida en cuenta como método educativo y de reinserción social, no sólo para cárceles sino también a utilizar en diversos extractos sociales y educativos. Además el resultado final valió la pena y cinematográficamente es lo valedero. Un film necesario que ayuda a entender por qué estamos como estamos y hacia dónde vamos si no cambiamos las cosas.
Sustantivos versus adjetivos A la distancia, una panorámica de un centro de reclusión en Argentina no escapa a la postal mediática que se reproduce en horario central. Pero nunca esos sesgados productos televisivos hablan de sujetos sino de objetos desde una prédica moralista o antropológica, y en la mayoría de los casos con fines sensacionalistas que refuerzan el morbo por lo “tumbero”; la idea de castigo, estigma recurrente de los discursos de mano dura bajo una falsa reflexión sobre el estado de las cosas. Por eso, a medida que la cámara de El Almafuerte (documental dirigido por Andrés Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano) se introduce en ese mundo de encierro comprobamos que, si bien se trata de un largometraje cuya temática gira alrededor de lo carcelario, la intención no recae en encontrar historias de vida detrás de las rejas sino en brindarle a los protagonistas un vehículo para expresar su voz. Ellos son menores de edad alojados, a veces por traslados y otras por orden de un juez, en el centro de detención de máxima seguridad conocido como “El Almafuerte”, ubicado en Melchor Romero, La Plata. El germen del proyecto se remonta a una idea de estos tres comunicadores sociales y docentes: integrar e interactuar a partir de un taller audiovisual dos mundos o realidades separadas -entre otras cosas- por una reja. Es decir, que los de adentro pudieran salir hacia afuera a partir de una actividad creativa coordinada junto a los encargados del taller de comunicación e informática que funcionan aún hoy en la institución. La experiencia se extendió por el lapso de dos años en los que los realizadores cumplieron con su palabra de continuar pese a las inestables condiciones de trabajar con personas que cumplen una condena, hecho que queda plasmado en el decurso de la vida de cada uno de los involucrados con pronósticos exitosos y otros que lamentablemente se quedaron en el camino. El método consistió en proporcionar en el taller de cine las nociones mínimas para poder filmar y así a partir de la iniciativa de los propios chicos creció la idea de hacer un cortometraje sobre la revista que ellos mismos escriben y difunden por Internet desde el penal. También se convocó al Chango Farías Gómez para elaborar junto a los reclusos la banda sonora de percusión que acompaña a las imágenes. A partir de esa premisa, los realizadores estructuraron su película bajo la dialéctica de dos miradas que rompe la idea de representación y realidad al encontrar un espacio construido cinematográficamente: el del documental sobre el corto con una cámara que sigue los pasos del proceso, y el de los propios artífices de la revista Seguir soñando que recogen testimonios de los propios hacedores, así como del entorno carcelario compuesto por el director del establecimiento, el guardiacárcel, el subdirector y las personas involucradas en los talleres y actividades recreativas como parte de lo institucional. Otra voz que se suma desde lejos es la del Juez de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Eugenio Zaffaroni en calidad de representante del Estado. Dos miradas y un discurso que más allá de una posición tomada por los documentalistas desde el comienzo, despojándose del estereotipo y tratando de superar el reduccionismo de la mirada parcial sobre la realidad de los sistemas carcelarios, se nutre de la diversidad de opiniones; aunque es cierto que no se escuchan campanas disidentes que alerten del peligro de “premiar” a un pibe chorro con una camarita para hacer un documental. Más allá de los discursos o la retórica que pueda o no favorecer este trabajo, lo cierto es que El Almafuerte siempre mantiene un compromiso con los verdaderos actores que más allá del hecho puntual de estar detenidos transparentan su rol de exclusión ante la sociedad y logran, a partir de reflexiones simples y economía de recursos, poner el dedo en la llaga sobre un sistema que se rige bajo la lógica del castigo más que sobre la idea de reinserción social. Tal como expresa uno de los entrevistados, se trata de pensar al semejante porque se lo puede sustantivar como delincuente o adjetivar como la persona que cometió un delito.
Este documental representa una meritoria iniciativa, posibilitar que jóvenes recluidos en una suerte de reformatorio de máxima seguridad puedan expresarse a través de la imagen y el sonido. Porque El Almafuerte es una crónica acerca de un grupo de aprendices de cineastas, salvo por el pequeño detalle de que todos ellos se encuentran confinados en un Instituto de Menores denominado Almafuerte. Este derrotero audiovisual que a los directores Martínez Cantó, Cabrera y Roberto Persano les llevó varios años de realización, dio por resultado la manufactura de un cortometraje que este documental sobrevuela, pero que no constituye el principal logro. La disposición de un taller de cine y video dentro del penal permitirá que los internos descubran en ciertos casos sus deseos más profundos. El estilo del documental, clásico y llano, cuenta con algunos fragmentos a cargo de los propios reclusos. Hay que destacar la estupenda e inconfundible participación del Chango Farías Gómez con la música incidental, e incluso participando en un segmento en el que dirige una batucada. Los créditos finales muestran el destino que han tenido cada uno de los participantes del documental y los desiguales caminos tomados por ellos, con sus infortunios y redenciones.