Tremendo comienzo el de “El almanaque”.
Fundido negro. Letras blancas que dicen algo así:
“Uruguay 30 de Septiembre de 1972. Se inaugura la cárcel más grande de Latinoamérica para prisioneros políticos. Una prisión miliar de alta seguridad pensada para contener a miembros de la guerrilla, pero que luego sirvió como claustro para opositores al gobierno dictatorial. Cuando llegaban, a los prisioneros se les daba un overol gris, un número y una rapada. Permanecían en sus celdas 23 horas al día con una visita de una hora cada dos semanas. Había una separación estricta entre convictos y sectores. La policía militar observaba cada movimiento. 2872 personas fueron encarceladas allí”
Sabemos qué es un documental, pero no sabemos como se lo va a abordar. Que la primera imagen sea la de un camino bifurcado, con una flecha de “entrada” de un lado y otra de “salida” en el otro es tan inquietante como objetiva. Uno de esos 2872 presos puede contar la historia.
El documental de José Pedro Charlo va a contar con imágenes testimoniales, de archivo y de entrevistas, la historia de Jorge Tiscornia. Un hombre al que le va a agregar a su condena (4846 días, o sea 13 años y 27 días) un par más… para animarse valientemente a caminar nuevamente entre esas paredes de encierro, para revelar una particularidad de esas que se ven poco. Lamentablemente el penal está siendo remodelado. Lo que será una cocina fue su celda y será uno de los tantos rincones que la cámara recorra a los efectos de enterarnos de cómo Jorge documentó al detalle, en forma clandestina, cada uno de los días que estuvo preso. “El almanaque” es, ante todo, un documento fundamental para conocer, sin golpes bajos ni efectistas, parte de la historia reciente más allá de cualquier ideología. Semejante intención cobra vida propia por el protagonista per sé, más que por lo que cuenta la cámara.
El director probablemente se haya encontrado con un argumento tan gigante que por momentos da la sensación que no hay encuadre que pueda desarrollarlo. Son los momentos en los que la imagen queda acéfala de narrativa y la obra depende exclusivamente del testimonio de Tiscornia, lo cual, por cierto, no sólo no es poco sino casi lo único. Tal vez desde la imagen lo relacionado con un faro será lo más logrado visual y narrativamente.
Así nos queda un documento técnicamente impecable que sólo por momentos, con algunas tomas realmente elaboradas, logra ponerse a la altura del contenido. Difícil olvidar la historia de Jorge Tiscornia porque en él vemos la viva imagen del ejercicio de la memoria. Día a día, palabra a palabra, un recorrido imprescindible por los años oscuros.