El Almanaque (2012) podría pensarse como parte de un díptico que comenzó con El Círculo (2008), codirigido entre José Pedro Charlo y Aldo Garay, film que retrataba la vida de Henry Engler, uno de los 9 dirigentes del movimiento tupamaro que fueron tomados de rehenes por las fuerzas uruguayas. Ambas películas se centran en dos figuras que desarrollaron sus propias “estrategias para sobrevivir a lo inhumano”, como el propio director los definió en algunas entrevistas. El protagonista esta vez es Jorge Tiscornia, militante del MLN- Tupamaros, arquitecto y fotógrafo, quien también estuvo preso en el Penal de Libertad (vaya ironía su nombre) desde 1972 hasta la apertura de la democracia en el 85.
El documental, que ya había tenido su proyección por este lado del charco en el marco del festival DocBuenosAires 2012, se vale de testimonios directos y algunas imágenes de archivo nunca antes publicadas que incluyen registros de la televisión francesa. La encrucijada con la que se inicia el film nos lleva al penal al que Jorge vuelve después de tanto tiempo para reconstruir una parte de su historia, que es la historia de todos. La voz en off de Charlo, muy bien utilizada, nos habla de las cosas que la memoria borra a lo largo del tiempo y de cómo poder reconstruirlas, mientras recorremos el penal que –simbólicamente- también está en reconstrucción. Estamos ante una película que podría caer en golpes bajos pero que, sin embargo, apuesta por un relato que se centra en la reposición física y simbólica de los espacios de la memoria a partir de la vida personal de Jorge, quien llevó a lo largo de 12 años un minucioso registro de su vida cotidiana dentro del penal. Su memoria en forma de almanaque registraba cualquier cambio que ocurriera. Este registro fue preservado de forma clandestina dentro de unos suecos que él mismo fabricó en prisión (y vuelve a hacerlo para la cámara), y que lo anunciaban con el fuerte sonido que hacía al caminar por los pasillos del penal. Pero, ¿cómo comunicar la memoria? Los registros de esos años, en almanaques, fotos sacadas clandestinamente y dibujos realizados dentro del penal, hablan por sí mismos. Pero también nos demuestran que a pesar de todo intento, siempre hay cosas que se olvidan, como cuando en una escena Jorge intenta descifrar su propio código de signos y nombres, desarrollado para “cuidar” la información en caso de que caiga en manos equivocadas. Así como el almanaque de Jorge está lleno de referencias internas que permiten enriquecer la memoria de los demás, el documental de Charlo propone un diálogo con el pasado -desde el presente- que permite al espectador participar en la historia, incluso sin haber estado en la misma situación.
Al salir del penal, Jorge abandona la política para dedicarse un poco a la arquitectura y a su gran pasión, la fotografía. Ahora se propone fotografiar el recorrido de la tierra alrededor del sol por un año. 365 puestas de sol desde el faro de Montevideo. Así la película finaliza con un nuevo almanaque...