El almanaque

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Sobrevalorada

Hay determinadas películas que por la temática que abordan generan una unanimidad que de otro modo difícilmente tendrían, a tal punto que los espectadores (muchos de ellos, críticos) depositan elementos y ven cosas que no están en la pantalla, o incluso elogian aspectos que en otras obras criticarían, sin preguntarse cuál es la diferencia. Mucho de esto se ve en el contexto del estreno de El almanaque, que según indica el sitio Todas las Críticas hasta ahora ha tenido catorce reseñas, todas ellas favorables, con unos cuantos 8 elevando el promedio. Así que desde este espacio me propongo portar el “honor” de ser la primera crítica en contra de este documental, y le pongo comillas a la palabra honor porque no soy un contrera nato, no me gusta serlo, pero no dejan de llamarme la atención la catarata de elogios que percibo como totalmente desproporcionados.
La historia de El almanaque es interesantísima: Jorge Tiscornia, miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fue perseguido y encerrado por su militancia política, y a partir de 1972 guardó clandestinamente un detallado y personal registro de la rutina y sus condiciones de vida, durante los más de 4600 días que estuvo en prisión, en el Penal de Libertad -el nombre certifica que milicos estúpidos y cínicos hay en todos lados-, ubicado a unos cincuenta kilómetros de Montevideo, y que ha sido la mayor cárcel política de América Latina. Hay mucho para explotar en ese pequeño cuento: el poder de la escritura, junto con las imágenes fotográficas y fílmicas, como vehículo para impulsar y consolidar la memoria; la relación entre el hecho del pasado y la percepción recortada y modificada desde el presente; el arte en general como factor de resistencia frente a un poder represor y opresor. Y todo está en la película, pero sólo a partir del discurso hablado, porque en muy pocas ocasiones se exhibe confianza en las imágenes y en lo que se está narrando.
En El almanaque se escucha muchas veces la palabra “memoria”, como para que quede bien claro el eje temático del film, se explica a través de la voz en off lo que ya se está viendo y hasta aparece a cada rato una nota musical, bien acentuada, como para que no queden dudas de la trascendencia de lo que se pone en escena. Hay, es evidente, poca confianza en las habilidades interpretativas del espectador, y todo se entrega masticado. Hasta surge la impresión de que podríamos haber estado ante un potencial buen libro, o un informe televisivo, porque lo que menos tenemos ante nuestros ojos es cine. Eso sí, cuando abandona las explicaciones redundantes y se concentra en los personajes que van circulando, en los momentos de silencio y contemplación, apoyándose en las herramientas puramente cinematográficas, el film crece y adquiere una real relevancia.
El almanaque vuelve a poner en evidencia los problemas para enhebrar un discurso propio de ciertos sectores de la izquierda política, al menos en el cine. No deja de ser llamativo que los mismos que cuestionan y ponen en tela de juicio -con toda razón- las construcciones textuales imperialistas, terminan apelando a una base formal paternalista y esquemática, muy propia de la industria hollywoodense. Evidentemente, en ese ámbito, la batalla cultural continúa dominada por la visión norteamericana.