Golpe a la cultura
El famoso almuerzo que realizó la junta militar el 19 de mayo de 1976 (tan solo dos meses después del golpe) con los máximos integrantes de la cultura argentina del momento (los escritores Borges, Sábato, Horacio Esteban Ratti y el sacerdote Leonardo Castellani) llega a la pantalla argentina en este film protagonizado por Jean Pierre Noher (Borges), Pompeyo Audivert (Leoni), Lorenzo Quinteros (Sabato), Roberto Carnaghi (Ratti), Alejandro Awada (Videla) y Arturo Bonín (secretario de la Presidencia, José Villarreal).
Mucho se habló sobre el dichoso almuerzo, pero lo cierto es que nadie sabe con certeza que se entretejió durante esa comida en casa de gobierno. La película imagina -mediante datos, material de archivo y una exhaustiva investigación- el lugar que ocupaba cada personaje en la tenebrosa Argentina de 1976, las conversaciones que se entrelazaron entre los intelectuales y el máximo responsable del golpe militar. A su vez, se narra el secuestro de otro escritor, Haroldo Conti, y la lucha de su mujer por salir del país. Con un montaje paralelo entre una situación y otra, se desarrolla la tensión del film.
El dato no menor es su realizador, Javier Torre, hijo de Leopoldo Torre Nilsson, quién no tuvo una filmografía destacada, logra aquí su mejor film hasta la fecha. El director de Las Tumbas (1991) maneja el pulso justo para acaparar la atención del espectador con el relato, y nos lleva a inmiscuirnos en aquello que pasaba en el interior de la cabeza de los personajes durante ese tan mentado mediodía.
Sin ser una obra sobresaliente (de hecho reitera varios de los vicios del cine testimonial de los años ochenta), Torre evita la distracción y pone su energía en el lugar apropiado para entrar en la historia. Narrar en dos tiempos la historia (la del almuerzo y la del secuestro de Haroldo Conti) le da fluidez a la narración, complementando ambos puntos de tensión para sostener la atención del espectador. Se sabe que filmar gente sentada alrededor de una mesa supone una complicación de realización (los racord de mirada, los ejes de acción) sin embargo está muy bien resuelto, sobre todo cuando los gestos y lo no dicho adquiere mayor sentido y función dramática.
Quizás la polémica surge en torno a la figura de Borges, interpretado nuevamente –como en Un amor de Borges (2000)- por Jean Pierre Noher. Su Borges anciano es caricaturesco y, si bien aporta el toque de humor y ayuda a distender la tensión de la trama, rompe con el registro realista que construye la película.
La noticia del rodaje del almuerzo en cuestión provocó estupor en el medio, por la delicada sensibilidad que suponía narrar un hecho de semejantes magnitudes, todavía presente en el imaginario del social. Sin embargo Torre sale airoso, El almuerzo es una película digna, polémica y frontal sobre un hecho que por fin tiene su versión cinematográfica.