El Almuerzo. de Javier Torre es una dramatización ficcionalizada de un hecho real: el encuentro del entonces presidente de la dictadura Jorge Rafael Videla con los escritores Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti (presidente de la SADE) y el sacerdote Leonardo Castellani, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976 a casi dos meses del golpe de estado, en la Casa Rosada. Se cuenta también la previa: el temor de los personajes mientras se preparan para asistir al encuentro, las amenazas a Sábato de parte de un miembro de los servicios, el discurso que ensaya Ratti pensando que podrá decirle algo a Videla, un Borges asistido por su fiel Fanny que lo acompaña y lo espera.
Aunque el segundo relato paralelo a esta previa es anterior: el secuestro y tortura de Haroldo Conti, que comenzara el 5 de mayo de 1976, el asilo de su mujer Marta Scavac con su pequeño hijo y su posterior salida del país, y el pedido al padre Castellani (ex profesor de Conti), que interceda por él ante la dictadura.
La película que como pieza cinematográfica es un producto convencional, sin mayores méritos técnicos, tiene una virtud que se destaca, sin dudas: fortalece un debate que hoy sigue siendo central en nuestra sociedad, y es el de las relaciones de los criminales militares con intelectuales, periodistas y deportistas, que sin pretender ser una crítica feroz ni un juicio anacrónico, proponga revisar o repensar la cuestión, desde esa retitulación que se le está dando desde distintos sectores al período más negro de nuestra historia reciente, que es nombrada como dictadura cívico-militar.
Como todxs pensamos, las fuentes con las que se construyen los relatos históricos son múltiples y flexibles. O deberían serlo por lo menos. Por eso nadie cuestionaría el hecho de que el cine, como la práctica escolar y la palabra guardada desde la oralidad son fuentes que están al mismo nivel que los archivos escritos. Y es así que quizás debamos rescatar El Almuerzo: como un item más en la construcción de nuestras historiografías y miradas sobre un pasado que, lejos de estar cerrado o siquiera racionalmente ordenado, está lleno de lagunas (como la información referida a este almuerzo siniestro) y se vuelve día a día más presente y desde allí nos interpela.
Sinceramente, creo que desde este lugar el tema de la llaneza de recursos o lo básico del tratamiento cinematográfico, que ha despertado y despertará sin dudas comentarios negativos que no me interesa rescatar aquí, pasan a un segundo plano. Claro que pueden decirme que esto es cine, y que entonces, no puede pasarse por alto. Es cierto, la película dice todo por la palabra, no hay manera de que la imagen cuente de un modo más opaco, con algún elemento entrópico y poético, digamos, y los protagonistas no interactúan, ni se modifican, ni evolucionan -como sería esperable en un cine narrativo. También es cierto que Borges (con un trabajo de interpretación asombroso de Jean Pierre Noher) aparece demasiado parodiado de sí mismo, con su mamá omnipresente, nieta de coronel de la independencia (Manuel Isidoro Suárez, para más dato, que le da nombre a una muy bella localidad bonaerense), su antiperonismo, su elogio de Videla, su ceguera, su modo afectado de hablar y su desprecio por el resto de los comensales. Y que las escenas de allanamiento, secuestro y tortura de Haroldo Conti dejan la sensación de atrasar y de estar narradas como en los 80, como si no hubieran pasado décadas de otros cines nuevos en la escena local. Sí, la película falla en presentar un lenguaje que satisfaga a la cinefilia más exigente, conocedora de soportes y maneras de narrar y de jugar pantallas.
Pero quizás porque no tenía ninguna expectativa hacia la película, la cosa sale mejor de lo esperado. Porque, admito, no tengo ninguna expectativa hacia las películas de su director, Javier Torre (El Juguete Rabioso, Fiebre Amarilla), y entonces, me fui de la sala al término del film con más de lo que pensé encontrar, porque, recuperando la frase del poeta, lo que te falta te abandona menos, lema de vida y por ello, lema como espectadora de películas.
Creo que va a dar para hablar y este pequeño comentario es el punto de partida, de un debate que se vendrá, y que sería muy importante que continúe con los otros “encuentros” que sostuvo el dictador con distintos personajes públicos. El lenguaje audiovisual puede provocar mundos, más allá incluso de los realizadores y, por supuesto, de nosotrxs lxs que analizamos al lenguaje individual, a los realizadores y a la historia… de eso se trata también un festival de cine y para ello es necesario que suceda esto, algo parecido a una política cultural que le haga espacio a estos productos que tocan nuestra historia más dolorosa. Lo demás, estará por suceder, el debate y sus efectos queda en manos nuestras.