Liliana Paolinelli (Córdoba, 1968), llega a su cuarto film con una madurez narrativa y visual destacable. Sus tres películas anteriores la afirmaron en cierto lugar distinto por su modo particular de abordar los vínculos y la cuestión de los afectos. Nos referimos a Por sus propios Ojos (2008) y Lengua Materna (2010) y Amar es bendito (2013), todas vistas, disfrutadas, reseñadas y recomendadas desde leedor.com - Publicidad - La historia plantea un problema romántico central: la cuestión del desencuentro amoroso a partir de la percepción de una situación ambigua, y el deseo que nace de esa zozobra, donde la diferencia de códigos por cuestiones etarias también es central. Iris (Susana Pampín), una mujer que ha pasado los cincuenta años, se descubre perturbada por el posible enamoramiento de la hija veinteañera de una amiga a la que cuida estudiando lejos de su casa en Buenos Aires. Con una pareja de 23 años en su haber (Eva Bianco), y un entorno de amigas con las que comparte rutinas que también ocultan pasiones internas secretas, su vida parece ser estable. Pero el encantamiento de la expectativa irá alterando su vida cotidiana de profesión científica y andar metódico, interrumpiendo su racionalidad. La peripecia, una vez más, no tiene moral, ni constituye un conflicto dramático, sino que pareciera ser más un aprendizaje y una consecuencia más de ser sensibles al amor y a sus pliegues. Continúa la línea de su película anterior en cuanto a la legalidad propia que tiene el film, que crea su propio hábitat donde hacer transcurrir la historia. Una vez más, no se pone aquí en conflicto la cuestión de las elecciones sexuales. Si como dijimos en su momento, en Amar es bendito “las formas de ser ya no piden permiso, los personajes se mueven libremente, con el sólo límite de sus propios prejuicios”, la amenaza aquí parece ser justamente, la propia fantasía que construye el deseo, desde mujeres que son libres, responsables de sus pulsiones y absolutas protagonistas de sus vidas. Destacamos especialmente algunos elementos que convierten a Margen de Error en una película muy interesante, que debe verse sin dudas. Por un lado, la acertada elección y dirección de actrices (los tres papeles centrales, Pampín, Bianco y la joven tucumana Camila Plaate arman un trío que sostiene la solidez narrativa de la película a la perfección), por el otro, la precisión del guión, su tiempo justo, perfectamente entramado desde el montaje (a cargo de otra mujer, Lorena Moriconi, presente en este festival con dos películas que también despiertan nuestra expectativa, La excusa del sueño americano y El sueño del Planeta verde); y finalmente, el conformar un nuevo jalón de la directora en torno al tema de los vínculos y fantasías entre mujeres, siendo sus películas únicas en el tema, que además, es totalmente sensible a los nuevos modos de pensar y representar los deseos de les mujeres en los debates contemporáneos que nos atraviesan como sociedad.. Esta nota se publicó originalmente el 6-04-2019 durante el BAFICI
La vimos en el BAFICI, en Competencia Argentina Las hijas del fuego, una película coherente con toda la trayectoria de su realizadora, Albertina Carri. Hoy se estrena en el Gaumont y en Malba. 115 minutos de chicas teniendo sexo, viajando en combi, teniendo sexo, charlando entre ellas, teniendo sexo, y así, en un sinfín de pulsiones y placeres exclusivos de un ellas. La situación fue incómoda o molesta para muchxs, eso de ver porno todos juntxs y con todo lo que nos conocemos no es lo que vamos a hacer a una función de prensa. Y los comentarios escuchados, me hacen pensar una vez más que el gran tabú occidental al menos, no es como afirman la antropología y la psicología el incesto o el Edipo, el gran tabú es qué pasa entre dos mujeres en la intimidad donde no entran los hombres, y ni que hablar, qué pasa dentro de un cuerpo colectivo de mujeres. Las claves de Las hijas del fuego, lo que me parece que se encuentra, en mi humilde opinión y para empezar a pensar: 1-Una relación potente con la cita como mecanismo de construcción, citas externas a la literatura, para comenzar, el título de la película es el de una novela de Gerard Nerval de 1854, que una de las protagonistas viene leyendo durante el viaje. Pero también intratextos del cine: la alusión al nombre Rey Muerto (primer corto de Lucrecia Martel), el videoclub Peña, la voz en off del alter ego de Carri, Analía Couceyro (Los Rubios), Cristina Banegas que también trabajó en Géminis… Y citas a la teoría, la historia, las genealogías, las antecesoras. 2- La deconstrucción de géneros, algo propio del sistema de obra de Albertina: el ensayo, la narración tradicional, el cine experimental, y por supuesto, obvio, el porno. 3- Un trabajo de actrices no conocidas muy potente, donde las estrellas que suma (que no tienen sexo y son las heroínas antiheroínas totales en el sentido estricto, los auténticos personajes retratados por Nerval), tomando actrices del cotidiano, de la militancia, de la escena cultural, de la resistencia. 4- Un recorrido de activismos lesbotransfeministas, de saberes, de teorías que interpelan sin piedad y dejan fuera a toda la crítica especializada (?????), esa que salió del cine hipnotizada repitiendo solo dos palabras: agobio, exceso y que tendrá que trabajar mucho sobre sí misma para acompañar líneas de interpretación de una película que supera en mucho sus capacidades y saberes, pero sobre todo, sus propios prejuicios. 5- Un trabajo de planos y escenas inédito en el cine argentino, donde el fragmento repetido mecánicamente típico del cine porno está centrado en, a diferencia de sus ejemplos hegemónicos y patriarcales: clítoris, vulvas, grasas y rollos abdominales, nucas rapadas, belleza del común, caras no publicitarias, senos caídos o pequeños, o sea, lo que la mayoría minorizada de las mujeres poseemos, lo que la mayoría minorizada de las mujeres somos. Narrativamente, la película no tiene fin, porque el orgasmo femenino de alto entrenamiento no lo tiene. Y no perder de vista que la película busca encuadrarse en algo que existe, y del que, para hablar, mínimamente hay que conocer: las prácticas posporno, que claramente NO son las prácticas porno de la industria porno. Porno es cine, además. La última escena también habla de eso, del lugar del director, con esa directrix que administra placeres, es una gran voyeur y luego se encierra en sí misma, logrando un final INCREIBLE en la historia del cine mundial. 6- Una más que vibrante enunciación fílmica colectiva, marcada desde el comienzo por el modo de presentar los créditos, con el plano de fondo de una ruta y todos los nombres de las participantes (técnicas, producción, actrices, etc), al mismo nivel pasando. En este sentido, un detalle que me pasa a mí pero que quizás compartamos con más espectadores: no me identifiqué con ningún personaje, el retrato individual se pierde en la masa, y es solo el intento de trabajar más allá del porno, de poner diagrama en la catástrofe del flujo que va y construye masa fílmica, visual, y como tal, deseante. En este sentido, la peli puede ser fiel a ciertos postulados del poliamor que la sostienen, y a ciertos saberes que hoy el colectivo feminista está recorriendo y planteándose una y otra vez. Tras estos apuntes podemos redefinir el agobio de tanto porno. Todas sabemos de eso, vaya si sabemos. Personalmente, tengo que reconocer que me cuesta no entusiasmarme con esta película como gran hecho político de nuestras subjetividades. Esperé muchas décadas de mi vida para ver algo así, y por ese lado se lo agradezco a Albertina. ¡Una película argentina comercial y de mainstream, posporno! Maravilloso. Dicho esto, solo queda agregar que vayan a verla. Quizás sea un grano de arena más para una discusión política que tenemos que darnos, ahora que todxs somos feministas y el feminismo es una dulce tendencia, y todxs opinan y definen cuál debe ser la lucha a seguir por nosotras y cómo deberíamos enunciarlas. Por supuesto, la seguimos y recomenzamos cuando tengamos ganas, que de eso se trata.
Dirigida por Alvaro Brechner, cineasta uruguayo radicado en Madrid, de quien ya hemos visto y reseñado Mr Kaplan, La noche de 12 años es el resultado de una coproducción entre España, Argentina, Uruguay y Francia, y narra un hecho real: el cautiverio en condiciones infrahumanas de tres militantes tupamaros: Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro y José Mujica. Una de sus fuentes es “Memorias del calabozo”, de los dos primeros. La especial crueldad de la dictadura cívico-militar uruguaya, alineada con todas las dictaduras del cono sur y extendida en el poder entre 1973 y 1985 es la referencia histórica y no tan presente en este relato que enmarca a los hechos presentados. El foco está puesto casi exclusivamente en el proceso de encierro y tortura permanente al que fueron sometidos estos presos políticos que actuaron interpelándose en voluntades colectivas. La estructura represiva montada como máquina de matar y sus efectos frente el proceso interior y singular de deterioro y resistencia de los tres hombres se muestra íntimamente. En este sentido, ya ha empezado a generar debates y reacciones en las redes, en torno a la falta de contexto histórico del film, que se centra casi exclusivamente en recuperar el aguante de los compañeros en todas sus afectividades y contradicciones. Es bueno lo que la película genera más allá de lo que se propone, tratándose de un hecho que solo se comprende articulando micropolítica con mesopolíticas y decisiones macro que afectaron a todo el continente vía el Plan Cóndor y que la película no permite articular. A la manera de un biopic homenaje a tres personalidades, es una película de estructura absolutamente tradicional que a momentos propone ciertos toques más experimentales a nivel visual, buscando representar la sensorialidad fragmentada y confundida de los recluidos en el estado de locura en los que sus captores buscan perderlos. Una enunciación que a momentos se vuelve muy publicitaria, que se corresponde con lo que puede ser un film de perfil Oscar, pero que habilita esas inquietudes en los espectadores en relación a la militancia de los setenta y sus activaciones en los funcionarios de los gobiernos democráticos de los años 2000. Ahora, estamos en este particular año 2019, con seis países de Latinoamérica que dirimen elecciones presidenciales: Argentina, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Panamá y Uruguay. Luego de las promesas hechas realidad en las primeras medidas de gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil y de las redes provida y antiderechos que lo replican por doquier, es importante recordar que las persecuciones a cualquier otro posible al neoliberalismo que aplican nuestros gobiernos es fascismo de pistolas taser y tiros sumarios de parte de la fuerzas armadas por la espalda. La larga noche de 12 años no deja de ser un excelente modo de recordarnos, aunque sea a momentos con el lenguaje de un institucional de Amnistía (la versión símil étnica de la canción Los Sonidos del Silencio provoca esa sensación), que a las dictaduras cívico militares eclesiásticas que buscan borrar nuestra historia de luchas populares, hay que decirles una y otra vez, Nunca Más.
Se estrena hoy la tercera película de Valeska Grisebach (Bremen, Alemania, 1968), coproducción entre Alemania, Bulgaria y Austria, que ganara el premio de la sección Un certain regard en la pasada edición del Festival de Cannes. - Publicidad - Western es una historia de hombres duros desarraigos y comunidades, que vuelve a tocar la compleja relación de Alemania con los países del Este (Western significa “del oeste”, lo que es Alemania para un país como Bulgaria), países a los que el nazismo ha invadido o atacado y que guardan con Alemania (como prácticamente toda Europa), una relación de recelo e inferioridad especialmente económica. Recordamos otro título, Toni Erdmann, que ha realizado un interesante camino también en Cannes, dirigido por Maren Ade (Karlsruhe, Alemania, 1976), quien en esta ocasión es productora, toca el mismo tema, el de los alemanes trabajando e implementando soluciones corporativas en sociedades empobrecidas. Amén de los guiños al género y las intertextualidades posibles, hay interesantes puntas para pensar la película, como la cuestión linguística, un nodo que pivotea desde la tensión comunidad/región, local/global y la chance de comunicarse, la entropía del intercambio, la historia dolorosa invasor/invadido, raza superior raza inferior; la instalación de temáticas ambientales y las alusiones a las crisis de infraestructura de un continente desparejo, con el juego de palabras entre voda (agua) y soboda (libertad); los desplazamientos, nomadismos, migraciones, desarraigos y diásporas, las banderas y las fronteras, las balcanizaciones y la globalización; el motor del deseo, la naturaleza, el caballo, las masculinidades y la ilusión de una arcadia en crisis; la modernidad patriarcal en un mundo de varones que compiten por el control del territorio, que se miden y desafían. Nota publicada durante el Festival Internacional de Mar del Plata.
Recientemente homenajeada por la Academia con un Oscar a la trayectoria y compitiendo con Visages Villages al mismo premio en el rubro Mejor Película Documental, Agnes Vardá, próxima a cumplir los 90, ya queda como una de las más interesantes artistas mujeres contemporáneas, por trayectoria pero sobre todo por gesto poético, calidad fotográfica y cinematográfica y potencia conceptual en cada una de sus producciones, una larga lista que hemos tratado de reseñar en una nota anterior, que invitamos a leer aquí (Películas recomendadas sobre artistas: Agnes Vardá). La nueva película en cuestión es realizada de la mano y de los ojos de JR, un interesante artista gráfico y urbano francés, de quien ya habíamos tenido una prueba de su arte en 2014, como dejamos registro en esta nota: Empapelan de rostros El Panteón de París durante su restauración. Lo cierto es que JR le presta manos, piernas y ojos a una activa, lúcida y fresca artista que aún tiene mucho para decir. Como trashumantes en busca de historias, salen a encontrar espacios donde mostrar las imágenes que condensan las vidas que van conociendo, articulándose en estaciones de un recorrido que vuelve a redescubrir, como ya había hecho en Les Glaneurs y le glanese (Los espigadores y la espigadora), personajes y situaciones ignotos, la Francia profunda, campesina, idealista, trabajadora, haciendo del cine un documental social y poético. Y ya de entrada comprendemos que la película hablará de eso, de caras y lugares que son tan próximos a Vardá. Tres personajes que fueron tan queridos, dos hombres, Jacques Demy y Jean Luc Godard, y una mujer, Nathalie Sarraute, para dar cuenta de una época central de la Francia cultural e ideológica que marcó un umbral de época que va mucho más allá de la Nouvelle Vague y la Nouveau Roman. Porque Visages son los rostros que Agnes no quiere olvidar, con la lucidez de que para eso están la fotografía y el cine, para darnos la ilusión de que nada va a perderse, de que todo estuvo ahí. Pensando así esta película se vuelve un enorme manifiesto autobiográfico, donde los retratos que construyen ambxs directorxs actualizan todo el sistema de obra de la belga. De Daguerrotypes a Las Playas de Agnés, pasando por Cléo de 5 a 7 y por sus cortometrajes de andanzas con Anna Karina y Godard, estamos ante una obra tan coherente como potente que no deja de enseñarnos, una master class sobre las relaciones entre cine y afectos, arte y vida, fotografía como performance y acción, instante y duración, arder o durar. También es una obra bucólica, idílica, esperanzada, y por eso también, muy política, que muestra los rostros de otra Normandía, con marcas de los alemanes y la Segunda Guerra pero también con ecologistas que cuidan las cabras e imágenes que finalmente las oponen a un mundo mecanizado y desnaturalizado. El sistema de JR, su cámara/impresora ambulante es el instrumento que potencia el mundo Vardá. Y en este dueto de andares y enunciaciones conjuntas, hay también una enseñanza sobre prácticas artísticas contemporáneas, un asumirnos en la ganancia de lo que vamos perdiendo, una necesidad vital de seguir haciendo a pesar de los pesares, retomando la asunción del divino Roland cuando escribió aquello de que “la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”, pero a pesar de ello y para ello, justamente, hay que seguir creando.
Segundo largometraje de Pablo Giorgelli (Las Acacias, 2011). Invisible se centra exclusivamente en presentar un pequeño recorte temporal en la vida de Ely, una adolescente de 17 años, que atraviesa una situación compleja en la que pareciera estar sola y decidir (o no) por ella misma. Lo que vive es un momento de desencanto, gris, de escasa vitalidad, donde no puede hacer conexión con las pocas ayudas que se le presentan. Tampoco puede acometer ni plantarse frente a un entorno familiar, escolar, de relación e incluso laboral donde algo le podría estar funcionando. En ese entorno debe tomar una decisión que aplaza, con un final abierto que no permite vislumbrar ningún cambio sino el de mantenerse existiendo. - Publicidad - Correcta desde lo cinematográfico, excelente en el trabajo de su protagonista, Mora Arenillas, es un ejercicio intimista y sensible de la narración audiovisual local. Debemos decir que Invisible toca de una manera muy especial el tema del aborto, y felizmente deja algunos interrogantes para hacer emerger, sin proponérselo o incluso justamente por no decirlo, el rol de muchas prácticas médicas y comunitarias de tantos colectivos en cuanto a hacernos sentir a las mujeres que no estamos solas. Otro dato que también confronta es la difusión del uso del misoprazol, en plena efervescencia de las acciones y campañas del Movimiento Nacional de Mujeres. Porque invisible es la situación de muchas niñas, adolescentes, mujeres, y todo indica que la polémica estará servida ni bien se estrene. Esta nota se publicó en ocasión de su proyección en competencia en el 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Opera prima en ficción de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, 2008 y Los pibes, 2015) presentada en la competencia del 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, a partir de la adaptación de una novela de Félix Bruzzone. - Publicidad - Barrefondo camina bien por la senda narrativa sosteniendo ciertos toques de observación sobre el personaje central, Gustavo, un piletero de conurbano zona norte, a quien se le presenta la oportunidad del delito casi naturalmente. Un hijo en camino, una mujer a la que cuidar y un oficio tedioso y lento que sostiene la vida del lujo ajeno. Así, el protagonista ingresa en códigos mafiosos donde la corrupción policial organiza y apaña, y ser pobre y hacer una changa como marcador de casas para robar no despierta demasiado escrúpulo y parece normal, casi como venganza o lógica de clase. Lo sórdido nace en la luz del día y se incuba en la microfísica de la humillación y del fracaso, en una sociedad donde las reglas no se dicen pero se cumplen. Hay también un intento de construcción familiar, una rivalidad de machos proveedores que no empaña cierta felicidad doméstica que parece ser todo lo que se tiene y cierto lugar de clichés que quizás aplana un poco la posibilidad de la película. El final para mi interés es lo mejor que tiene la película y la despabila un poco de tanto desarrollo lineal y previsible, con un toque arltiano, donde la moral perdida de la Struggle for Life de El Juguete Rabioso es básicamente una manera de comprender también los lazos familiares y la única interpretación social puede ser la traición, en un entorno más que rutinario y agobiante, del que se huye hacia el mítico Sur.
Muchas películas de los últimos años han focalizado en las microhistorias relacionadas con geografías, lugares, personas, comunidades invisibilizadas en las representaciones de las grandes pantallas de la industria. En este sentido, hay una serie que podemos relacionar con el pulso creativo de músicos y artistas realmente populares que fue filmada en la década que ya lamentablemente ha culminado, de florecimiento y circulación local del cine argentino. - Publicidad - Es dentro de esta línea que podemos pensar la película sobre Ramón Navarro, que es en realidad un homenaje al canto popular riojano, y al otro gran protagonista, el idílico pueblo de Chusquis, al norte de la provincia. Con una investigación que recupera algo del material de archivo de la enorme movida musical y cultural de una provincia símbolo del federalismo durante el siglo XIX, con sus oriundos tigres Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza, el documental es como hecho periodístico, correcto. Hubiera sido más preciso para el espectador si hubiera identificado a los que aparecen, si hubiera trazado mediante una mínima gráfica genealogías y redes que orienten a quienes vemos lo que sin dudas y más allá de la falta de nombres es una gran comunidad, con un entrenós y un tejido potente y vital, ese pulso que habla de quedarse entre lo mío. Mi Pueblo Azul, un deshoje de piropos a la tierra, en la canción de los Quilla Huasi, grupo señero del folklor argentino, que Navarro integraba. Tema que León Gieco también versionó de manera especial, donde a través de Chusquis se recupera el paraíso perdido, el idilio del paisaje. Lo mismo con otra composición antológica de Navarro, Chayita del Vidalero, donde también sentimos territorios y partidas, y en esto se vuelve grande el documental, así como en el intento de brindar contextos, aunque quizás la mirada de la investigación (que de todas maneras es muy sólida, a cargo de su directora, Silvia Majul) quede un poco ajena y la imagen de Don Navarro, un tanto solemne. Pero el producto es ameno, y es más, es interesante, deja asomar saberes e historias pequeñas de esas que semillan nuestras culturas. Y se vuelve cada día más acunante, hecho de recuerdos que relampaguean, cuando pareciera que solo nos queda resistir a los grandes tanques de la industria que en nuestro país tiene, desde la gestión oficial y con el cambio imperante, las puertas cada día más abiertas y la instancia del cine de comunidades cada día más restringidas. Otras voces diríamos, para construir otros posibles que son los que en definitiva hablan y hacen silencio a la vez sobre nosotrxs. Muy buen homenaje, además, justo y necesario, que habría que replicar en tantos cantores populares que sostienen, interpelan y sacuden nuestros imaginarios y que por ello son protagonistas principales del acervo que corremos el riesgo de perder. En este tributo, desfilan otros creadores más jóvenes, como Raly Barrionuevo, David Gatica, Roberto Palmer, Bruja Salguero, Ramiro González, Horacio Burgos… En suma, recomiendo verla, antes de que la saquen de pantalla, y que le hagamos la prensa que merece y no tiene: el boca a boca. Las funciones, poquitas, son en el espacio INCAA del Cine Gaumont. Recomiendo verla como recomiendo un viaje, que también de eso procura el cine.
Nominada al Oscar 2018 entre las candidatas a Mejor Película en Lengua Extranjera, The Square tiene en su historial haber obtenido la Palma de Oro a Mejor Película el pasado mayo de 2017 en el Festival de Cannes. - Publicidad - Se trata de una producción sueca, dirigida por Ruben Östlund, quien en cuenta en su haber las películas The Guitar Mongoloid (2004), Involuntary (2008), Play (2011) y Force Majeure (2014) esta última estrenada en Argentina como La traición del instinto, y candidata al Oscar extranjero también en su momento. Centrada en la figura de un director artístico / curador de un museo de arte contemporáneo en Suecia interpretado por Claes Bang, la película se articula narrativamente sobre dos hechos en paralelo: el robo de la billetera de este personaje y la inauguración de una instalación, llamada the square (el cuadrado), como gran hecho expositivo del museo. Ambos hechos producen reflexiones sobre una cuestión básica de las comunidades: la confianza, la solidaridad y la pose publicitaria tan actual de pensar al arte como un medio de transformación social, pero siempre puertas adentro de instituciones de élite adonde jamás ingresan las clases cuya realidad el arte exhibe, denuncia y busca transformar. Llena de guiños al delirante star system del arte, los artistas, los curadores, el mercado, los amigos de los museos y benefactores, y, un elemento clave, el marketing y el área de comunicación y prensa, The square plantea un tema clave en las sectores de alto ingreso que se mueven en relación al arte: la falta de empatía con la marginalidad, la cuestión del gusto como rasgo de superioridad y el museo como una isla adonde es difícil que sectores intersectados por diferencias de poder adquisitivo, raza, migraciones, conflictos, pueden acceder. Todos los temas que dejan en claro, de manera paródica en la película, que el arte es hoy y más que nunca una cuestión de clase. La articulación entre el pequeño incidente personal del robo de su billetera del protagonista y lo que hará para recuperarla y las tensiones de inaugurar la exhibición marcan toda la película. Todos los demás personajes giran en torno a su deseo, su mirada, su capricho y sus necesidades: sus hijas en el shopping en contraposición a otras infancias como el niño al que acusa, al voleo, de ladrón, sus empleados del museo y hasta una periodista interpretada por Elisabeth Moss con la que tendrá una escena sexual en clave de absurdo, memorable, con quien disputa el semen de su preservativo por miedo a que sea usado sin su consentimiento, la marca de un narciso deslumbrante y patético a la vez, que quizás sea una de las metáforas del arte contemporáneo mejor planteadas de los pocos relatos críticos, metalenguístico y autoreferencial que la institucionalidad ha producido. The Square, para quienes pasamos muchas horas de nuestras vidas visitando museos, bienales y galerías, tiene escenas inolvidables. Una en particular, que es el paroxismo de estas contradicciones que señalamos, la que protagoniza Terry Notary en la cena de gala con benefactores, que pone de manifiesto la cuestión del acoso y la vulnerabilidad. Otra, la referida a la campaña publicitaria que se lanza en las redes para promocionar la muestra, que, para apelar a la necesidad de confiar, llega a simular la explosión de una niña dentro del cuadrado en cuestión, golpe bajo de una triste situación que existe en los innumerables conflictos que Occidente emprende contra las disidencias político sociales en su pelea por cada territorio del que se apodera cuando lo precisa (The Square es también una disputa de territorios, claro). Alguien me preguntó si el mundo de un Museo tan exquisito y refinado como el que muestra la película podría ser realmente así, y mi respuesta es que, conociendo el campo y las instituciones, la película era muy interesante y el verosímil, funcionaba ampliamente. Mostrar la conexión entre modos de representación y prácticas institucionales es otro de los méritos de esta historia. The Square habla de la violencia de toda una gestión contemporánea del arte. Y todo ello, en una narrativa impecable, ascéptica, minimalista y visualmente potente. La banda de sonido acompaña muy bien creando un clima entre existencial y vacuo, especialmente la genialidad de Bobby McFerrin, Improvisació 1, un fraseo que modula, cautiva y seduce, sostiene y ocupa, pero no dice nada. Se deja ver muy bien, más allá de que se vaya o no a los museos porque habla de la hipocresía, la superficialidad y la falta de compromiso. Veremos si se lleva el Oscar y vuelve a actualizar en los medios viejos debates que, por supuesto, el sistema también absorberá.
Película sueca de 2016 dirigida por Hannes Holm, basada en el modesto best-seller de igual nombre escrito por Fredrik Backman. Llega a nosotros porque es pre-candidata a los Oscars 2017, en una lista de nueve, de las que solo quedarán finalmente cinco, y se anunciarán el 24 de enero. Mirá la lista de películas prenominadas al Oscar 2017. La historia cuenta la metódica vida de Ove, un hombre de edad mayor, solitario y obsesivo, que manifiesta su resentimiento y su ostracismo controlando el barrio en el que vive. A través de flashbacks que se dispararán cada vez que el protagonista se coloque en una situación limite, iremos accediendo a su historia y desentrañando los porqués. Al mismo tiempo de este desenrollarse la madeja de su historia, aparecerá una vecina persa que le hará rever su mirada hacia los demás, la infancia, lxs amigxs e incluso los gatos. Interesante la película por el cruce con ese enorme documental que vimos y recomendamos hace poco, La teoría sueca del amor, donde, justamente, lo que pone en cuestión como aquí, es la imposibilidad de vivir solos, de ser autónomos y de organizarnos por fuera de un concepto de comunidad, no desde un punto de vista utilitario, porque sea más sencilla la vida si otros me ayudan para decirlo fácilmente, sino por una cuestión de pulsiones vitales, porque no hay otra posibilidad. No sabemos si irá candidata al Oscar 2017 como mejor película extranjera, rubro que este año no ofrece entre las pre seleccionadas ningún título de origen iberoamericano, y que, como particularidad, ofrece 3 realizaciones de cine nórdico más, de Dinamarca, Noruega y Alemania. De esta lista ya vimos dos, junto con Toni Erdman, que también recomendamos ampliamente. Pero insistimos, es un título sugerible cuando nos preguntan qué ver, a pesar de sus obviedades y lugares comunes, porque es un buen producto que se consigue en streamming (cine online), y que siempre es un placer ver historias pequeñas habladas en idiomas no centrales, cosa que se valora, y asomarnos a Europa desde sus periferias nórdicas.