El almuerzo con ropa de fajina
El almuerzo de Javier Torre es una mala película, y lo es porque reúne una serie de fallas incalculable que arranca con un guión imposible que construye personajes de cartón, y continúa con un nivel muy desparejo de actuaciones con una puesta en escena cuestionable. Además, agreguemos su mirada política unidimensional e infantil. El almuerzo es toda una experiencia para atravesar.
El guión de Javier Torre es el principal obstáculo con el que se enfrenta El almuerzo. A partir de allí se estructura la debacle. En principio, se intenta contar dos historias: el secuestro y desaparición de Haroldo Conti, y el almuerzo que compartieron en mayo de 1976 el dictador Videla con Borges, Sábato, Horacio Ratti y el padre Castellani como representantes notables de la cultura. Un paralelismo válido y una historia interesante, sólo que Javier Torre no logra que los dos relatos se conviertan en uno: la única conexión entre ambos es la mención que Ratti hace de Conti y otros escritores desaparecidos en aquella reunión infame. La historia de Conti termina siendo contada como un relato genérico de tortura y desaparición pegado a una reproducción ociosa y poco reveladora de lo que siempre se supo de aquel almuerzo. Asimismo, es un guión que incurre en fallas de dosificación (el almuerzo es un poco largo) y hay personajes importantes como el Conti de Jorge Gerschman y el general Villarreal de Arturo Bonin que tienen literalmente una o dos líneas cada uno, para luego enmudecer para siempre.
Hay actores que actúan de actores, es decir, cuyas actuaciones son subrayadas e inexpugnables. En otras palabras, trabajan de que su trabajo se note. Alejandro Awada es un ejemplo de esto, sobre todo en el Videla que construye para El almuerzo, que es literalmente un cínico con cara de orto que dice barbaridades nacionalistas cada 5 minutos. Claro, todos sabemos que Videla era eso pero también era un ser humano, con debilidades humanas, pero ni Awada ni el guión de Torre rescatan un segundo íntimo que le agregue un poco de complejidad a un personaje que termina siendo un monstruo imposible. Quizás podríamos discutir qué tan lograda es la mímica del Borges que hace Jean Pierre Noher, que más allá de sus excesos está aceptable. Pero digamos que el rasgo distintivo de las actuaciones en El almuerzo es su tono teatral acertado o no, dependiendo del intérprete, en conjunción con un guión que construye personajes unidimensionales a fuerza de diálogos espantosos pero sobre todo imposibles. Todo lo que se dice en la película es lo que todo burgués progre biempensante quiere escuchar.
Ver los torturadores y represores demoniacos y absolutamente inverosímiles que se nos presentan en El almuerzo nos alcanza para apreciar la mirada obsoleta sobre los años 70 que atraviesa la película. No sólo no explora las ambigüedades de los personajes que confluyeron en esa reunión que por lo demás es relativa en importancia (que Borges o Sábato hablaran bien de Videla es una mera formalidad, no tan distinta de, por ejemplo, Maradona elogiando a Menem). No desarrolla absolutamente nada acerca de Conti como personaje relevante en la cultura, y ni siquiera trabaja el suspenso en las tensiones que supuestamente surgieron en una charla (la que se da en el tan mencionado almuerzo) que mas allá de la mención de los escritores desaparecidos fue banal y genérica.
Finalmente quizás debamos decir que el error de El almuerzo es grave, pero uno solo: haberse convertido en película.