Faltaba postre
La problemática de El almuerzo -2015- como película no reside tanto en el relato y en la manera de contarlo, sino en un estilo que pareciera rememorar viejos vicios del cine caduco y que no guardan correspondencia con una intención de época en el sentido formal del término. La perspectiva histórica más allá de la intencionalidad de recuperar la memoria de aquellos acontecimientos que encuentran el contraste ideal en la recreación del secuestro del escritor Haroldo Conti para dejar en claro cuál debería haber sido el rol de los comensales invitados, hoy resulta algo anacrónica y sumamente polémica.
Tomar una parte y así intentar abarcar el todo, a veces genera riesgos que desde el punto de vista narrativo son factibles de desencadenar una catarata de fallidos, que tiran por la borda una idea o premisa interesante. No alcanza con las buenas intenciones, con desarrollar a partir de una anécdota clave, recogida por el libro La voluntad de Martín Caparrós y Eduardo Anguita y testimonios de la época de los propios protagonistas, punto de partida y de llegada de El almuerzo, opus del director Javier Torre, que cuenta con las actuaciones de un elenco importante, encabezado por Alejandro Awada en la piel del ex presidente de facto Jorge Rafael Videla.
A Awada se suman con papeles de figuras de peso histórico -y mucho más en el campo de la cultura- Lorenzo Quinteros como Ernesto Sábato, Jean-Pierre Noher en el cuerpo de Jorge Luis Borges, Pompeyo Audivert en la piel de Leonardo Castellani y Roberto Carnaghi como el residente de SADE (Sociedad Argentina de Escritores) Horacio Esteban Ratti.
El almuerzo al que alude el título es aquel que se llevara a cabo por una convocatoria del propio Videla a un grupo intelectual con el objetivo de comunicarles cuales eran los lineamientos de la política cultural, los nuevos códigos de conducta que pretendían las autoridades tras el golpe de estado a Isabel Martínez de Perón, y la preocupación por la mal llamada guerra sucia, para lo cual el tono de camaradería y la imposibilidad de planteos profundos ocuparon el centro de la anécdota más allá de algunas inoportunas declaraciones de los participantes a la prensa, a la salida del convite.
Pocas cosas se pueden sacar en concreto de ese almuerzo más que el silencio, el desmedido respeto por la investidura de Videla y como apunte de color, la conocida rivalidad Borges-Sábato no sólo en el quehacer de la literatura, sino en el campo ideológico y debate de ideas acerca del rol de la intelectualidad en relación a la política y a la sociedad en su conjunto.
Es de destacar el trabajo de Alejandro Awada, en una composición muy personal de Jorge Rafael Videla, no así el intento de mímesis de Jean-Pierre Noher para recrear a Jorge Luis Borges y sus gestualidades características, además de la ceguera. Quizás Roberto Carnaghi y Pompeyo Audivert consiguen que sus personajes encuentren el tono medio necesario para no resultar sobreactuados como en el caso de Lorenzo Quinteros y su desafío de ponerse en el cuerpo de nada menos que Ernesto Sábato.