Elogiable evocación de hechos atroces con buenos actores
Muy buenos intérpretes, bien dirigidos, se lucen en "El almuerzo", la nueva película de Javier Torre. Pero ése, con ser atractivo y harto elogiable, no es el único mérito de esta obra. En igual medida tienen peso más que suficiente el tratamiento del tema, el ejercicio de la memoria y el modo en que se nos lleva a reflexionar sobre responsabilidades propias y ajenas.
Ante todo, los elogios para Jean-Pierre Noher, por su nueva, exigida y afectuosa caracterización de Jorge Luis Borges, con la que supera su propio trabajo en "Un amor de Borges", del mismo Javier Torre. Luego, Roberto Carnaghi, Lorenzo Quinteros, Pompeyo Audivert y Arturo Bonin, dos que expresan todo casi sin decir palabra, y Alejandro Awada, Mausi Martínez, Jorge Gerschman, como Haroldo Conti, Sergio Surraco en el extraño papel de un represor de buenos modales (que existió, según dio testimonio la viuda de Conti), y Emilio Bardi, Susana Lanteri, en fin.
El tema, es el compromiso consigo mismo y el valor personal en circunstancias difíciles. Corren los primeros meses del gobierno militar 1976-1983. Los más bravos. En plan de control y captación, el teniente general Videla invita a almorzar con él en la Casa de Gobierno a diversos representantes de la sociedad. Rechazar la invitación sería incómodo y hasta peligroso. Aceptarla también, pero un poco menos. Ya fue el turno de los científicos, ex cancilleres y obispos. Ahora vienen los escritores: Borges y Ernesto Sabato, reconocidos por todos, el poeta Horacio Ratti como presidente de la Sade, y el padre Leonardo Castellani, autor nacionalista de prestigio indiscutible y criterio propio (atención a su novela "Juan XXIII, Juan XXIV", Ed. Theoria, 1964, donde anticipa un Papa jesuita y argentino).
La película describe lo que fue ese mediodía, y recuerda el trasfondo: la "desaparición" de una docena larga de escritores, en particular Haroldo Conti. ¿Cómo pedir por ellos en esa oportunidad? ¿Quién se anima? Si tiembla la mano del pobre Ratti cuando apenas se atreve a pedir por la Ley del Libro ante ese alto militar que lo mira con educado fastidio. Pese a todo, algo se atrevieron.
Es bueno recordar cada tanto aquella época, la incertidumbre, los criterios de valor, los allanamientos, el miedo. Ahora es fácil criticar a quienes fueron a esas reuniones. También Luis F. Leloir, René Favaloro, monseñor Zaspe, tuvieron que ir. Habría que haber estado en sus pellejos. Algo así planteaba Ronald Harwood en "Taking Sides", sobre la actitud del maestro Wilhelm Furtwangler bajo el nazismo, pieza teatral muy bien llevada al cine por István Szabó.
Por supuesto, la puesta acepta algunos reproches. El menú es tal cual pero la presencia de soldados en ropa de fajina no corresponde al protocolo, ciertas caracterizaciones no se ajustan a la imagen exacta de los personajes históricos, etc. En el fondo son reproches menores. Quizá la indicación final acerca de 1983 requiera más explicaciones, para que no se tome a ciertas figuras como oportunistas. Eso sí, cabe advertir que los primeros minutos, con el detalle del arresto de Conti, son bastante fuertes, y luego hay otras escenas también impresionantes. Por suerte se equilibran con las inefables salidas de Borges, que aflojan la tensión.