Francois Ozon es un provocador con más audacia que talento. Lo chocante y lo rebuscado frecuentan una filmografía abundante, fría y efectista. Su afán de escandalizar cada tanto le juega malas pasadas. Este retorcido melodrama, que pasa del exhibicionismo al policial, no levanta vuelo. Cuenta las angustias de Chloe, una bella modelo, sola y mal pensada, que sufre a un persistente dolor de vientre. Como los gastroenterólogos no descubren nada, la muchacha acude en terapeuta en busca de respuesta. Pero el amor surge enseguida y así no hay tratamiento que valga. El terapeuta tiene un hermano gemelo, también terapeuta. Así que ella aprovecha esa confusión para tratar de pasar en limpio esas preguntas que la aprietan el vientre. Todo se le complica, aunque no la pasa mal en este juego doble que la libra de aquellos dolores, aunque le agregan otros más nuevos. Es una historia muy retorcida. Todos los personajes guardan secretos peliagudos. Hasta una ex de los dos hermanitos que quedó en estado vegetativo. El amor está ausente. Sexo, presunciones, recuerdos y culpas parecen pasar de mano en mano. Porque “el amor nunca salvó nadie”, como dice esa madre. Este film, sobrado de gemelos y de dobles intenciones, llega al sinceramiento a través de escenas traída de los pelos. ¿Engañar con un gemelo será menos engaño? El llevarse a la cama una réplica absoluta del que se tiene en casa, es algo más que una tentación para esta incansable averiguadora. Ozon juega otra vez con calculados contrastes. Tiene un buen arranque, pero de a poco se desbarranca. Mucho espejo roto, muchas imágenes soñadas, mucho deseo extraño, mucha cama culposa, mucho gato espiando a su dueña. Todo es retorcido. El amor no canibaliza sino absorbe, le explican a esta muchacha problemática a la que ni siquiera los dobles terapeutas logran librarla de sus turbaciones.