Contar historias en un juego de espejos
Sobre una novela de Joyce Carol Oates, el director da forma a una trama con toques de onirismo y de relato policial, con la típica puesta en escena que no prescinde de cierta artificialidad, en la que no importa tanto lo verosímil como que la historia cierre en sí misma.
François Ozon y sus películas como potiches. No por nada en una ocasión el realizador de Bajo la arena adaptó la obra teatral homónima. Potiches frágiles, bonitos y aporcelanados, producto de una delicada artesanía que los ofrece completamente terminados, con ciertos ángulos y diseños que hacen pensar en ellos como risqué, aunque finalmente se trata de objetos decorativos, hechos para que el tacto se deslice suavemente por su bruñida superficie. La Mansion Ozon se caracteriza por su versatilidad, que permite que sus motivos vayan de lo erótico a lo policial, de lo bufo a lo provocativo, del capriccio a la oscuridad. En esta ocasión entra en el terrenos de la psicología tortuosa, con toques de onirismo y de relato policial. Amante doble, la producción más reciente del muy prolífico autor de 8 mujeres, 5 x 2 y En la casa, se basa en la novela Lives of the Twins, que la estadounidense Joyce Carol Oates, tanto o más prolífica que él, publicó en los 80 con el seudónimo Rosamond Smith.
Como explicita el título de la novela, la cosa va de mellizos. Un par o dos, esa es una de las cartas que este thriller sin muertos se guarda. ¿Sin muertos o con muertos? Depende cómo se mire. Angustiada por dolores de estómago que podrían ser de origen psíquico, Chloé (Marine Vacht, bonita, pálida y hierática, como le gusta a Ozon) decide consultar a un psicoanalista. Lacaniano como el que más, Paul Meyer (Jérémie Renier, el actor de El hijo, que ya había actuado a órdenes del realizador) la escucha, la escucha y no dice nada. Hasta que le ofrece casamiento. Pero eso es una vez terminada la terapia, Meyer no es tan heterodoxo. Todo es felicidad para Chloé hasta el día en que ve a Paul en sospechosa compañía de una dama. ¿O no es Paul, sino su hermano gemelo? ¿Y puede ser que el gemelo también sea psicoanalista? ¿Y que Chloé comience a atenderse con su cuñado, cuyo abordaje –terapéutico y sexual– difiere radicalmente del de su hermano?
Como todos los relatos de Ozon exhiben con mayor o menor visibilidad su carácter artificial, el espectador no anda preguntándose qué grado de credibilidad tiene todo esto, sino más bien hasta qué punto la historia y sus personajes van a cerrar en sus propios y artificiosos términos. Ozon es un decorador audaz, no uno convencional, de allí que de pronto todo parezca desembocar en la inesperada nave madre de la primera Alien. O tal vez sea Alien 3. Como suele suceder con los mellizos, Chloé habría dado cuenta de una hermana en el útero de su madre, y de allí todos sus traumas. La madre no es otra que Jacqueline Bisset, a quien no había ocasión de ver desde hace un rato largo. Y que se presenta magnífica y siempre muy peinada, aparentando varias décadas menos de las que tendrá.
Otra referencia cinematográfica que anda dando vueltas por aquí es la de Brian de Palma, que en Hermanas diabólicas (1972) había tratado el tema del doble bajo la máscara de dos mellizas, y volvería a hacerlo en Raising Cain (1985). Chico chic, travieso pero cartesiano, Ozon no lleva las cosas a los extremos operísticos (u operetísticos, según el caso) del italoamericano De Palma. Apenas se permite multiplicar espejos y reflejos a lo largo de toda la película, lo cual más que un exceso es una redundancia. También se hacen presentes fantasmas (o dobles, dado el caso) del cine de Roman Polanski, en la piel de una vecina chusma y sospechosa que parece salida de El inquilino, y de un sueño de aires pesadillescos, como el que padece Mia Farrow en El bebé de Rosemary. Y que, como allí, podría no ser sueño, aunque para la lógica sea imposible.