Ante el simulacro del gran cine
No se puede afirmar que el panorama cinematográfico italiano actual sea digno de halago. Se trata, en su gran mayoría, de películas sobre la familia, la falta de afecto o la soledad, pero que tocan el tema de manera superficial. Una nueva muestra de ello es El amante (Io sono l’amore, 2009), que no pasa de ser un pretendido trabajo de estilo y autoría en la que su director, Luca Guadagnino (Melissa P., 2005), evoca sin acierto a Luchino Visconti y aglutina sin emocionar clichés de lo triste y lo melancólico.
El film arranca con una larga escena en la que se nos muestra una ostentosa cena familiar para celebrar el cumpleaños del abuelo de la casa. Como si de una versión contemporánea de la aristocracia presentada de forma sublime por el director de El gatopardo (Il Gattopardo, 1963) se tratara, Guadagnino filma con respeto y elegancia a los comensales y también lo que ocurre entre fogones. El problema es que su puesta en secuencia no es tan compleja como la de su maestro y no puede recoger los matices y la densidad que lograra éste otrora.
No obstante, su inicio no es tampoco reprochable en exceso. El gran contratiempo sobreviene pasado este arranque, justo cuando la cámara abandona la casa para mostrarnos las calles de Milán y el deambular de Emma (Tilda Swinton) a través de éstas. Más allá de que las ganas de enseñar la desidia de un determinado personaje y su aburrimiento vital sea a estas alturas un tópico para el que no ha encontrado este tipo de cine soluciones, es muy triste ser testigo de cómo las elecciones narrativas y estéticas del cineasta lastran cualquier atisbo de lograr emociones y de arriesgar en el plano artístico.
Un excelente ejemplo lo encontramos en un sueño de la protagonista que entra a empellones dentro del relato al ya cansino y sobado ritmo que marca el videoarte. Mientras que en trabajos superlativos como Yuki & Nina (Nobuhiro Suwa, 2009), El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001) o El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme) (Lung Boonmee raluek chat, 2010), un recuerdo es una ventana a otro mundo, a un misterio y, finalmente, una puerta abierta a narraciones paralelas, aquí nos encontramos con un fútil y revenido intento de mostrar las debilidades psicológicas de la protagonista.
El amante es, pues, una película profundamente conservadora en sus formas que, sin embargo, pretende elaborar un discurso formal valiente, moderno y reflexivo. Nada más alejado de la realidad. Nada más lejos de Copia certificada (Copie Conforme, 2010), por ejemplo. No obstante, son bastantes los críticos que se han rendido a ella y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Es posible que no sólo el cine mediterráneo sino también el arte de entenderlo haya caído en un notable conservadurismo?