Una muñeca rusa
En este melodrama de Luca Guadagnino, Tilda Swinton encarna a una mujer cuya vida da un vuelco.
Las referencias surgen al segundo de comenzada la película: Luchino Visconti y El gatopardo ; el melodrama norteamericano y Douglas Sirk; El Padrino y Coppola, y así hasta llegar a la reciente Vincere , de Marco Bellocchio. Luca Guadagnino, el director de esta bellísima y emotiva película, es consciente de que El amante pertenece a ese universo. Se ve en los títulos, en cada plano que recorre la suntuosa casa familiar, en los planos detalle de ese universo de lujos, en el personal doméstico preparando una cena como si fuera un ejército de precisos movimientos. Nada escapa a la cinefilia, pero sin embargo la película no se ve como juego, ejercicio u homenaje, sino que se vibra desde adentro, desde el drama de la protagonista, la extranjera.
Tras una impecable escena inicial, una cena familiar de unos 25 minutos, todos los “platos” narrativos están servidos. Se trata de un clan empresario italiano, con un abuelo a punto de dejar el negocio familiar a sus herederos (un hijo y tres nietos) y en el que se destaca la presencia de dos “extraños”. Por un lado está Emma (Tilda Swinton), una mujer rusa que se ha casado con el hijo del patriarca y que parece sentirse más apegada al ama de llaves que a los orgullosos empresarios milaneses. Y, más tarde, aparecerá Antonio, un joven chef, amigo de su hijo, procedente de una familia sin tanto poder económico. Lo más sorprendente, sin embargo, llega al final de la escena, cuando tomamos conciencia de que no estamos en los años ’50, sino en la actualidad...
La decisión del “nono” de dejar la empresa a su hijo y a sólo uno de sus tres nietos empieza a desatar el conflicto. Pero a Emma más la impacta descubrir que su hija Elisabetta (Alba Rohrwacher), que se ha ido a estudiar arte a Londres, es lesbiana y está en pareja con otra chica. Ese impacto no es negativo, sino liberador, le permite imaginarse a sí misma, a los 50, algo más separada de ese opresivo clan familiar. Y el joven chef está ahí, rondando, de manera perturbadora.
El filme se va volviendo más trágico y melodramático con el correr de los minutos, pero la actuación internalizada, sutil y casi etérea de Swinton lo mantiene en el terreno de lo humano y emocional. Ese mundo de tradiciones se empezará a fracturar de la misma manera que el relato se fractura y hasta la puesta en escena formalista del principio se va liberando (observen la manera en la que la cámara se “suelta”) con los cambios de la protagonista, cuyo apetito (vital, sexual y gastronómico) se abre.
El amante es un filme excesivo que bordea la autoparodia. La música de John Adams lo recorre casi como si estuviéramos viendo un concierto en paralelo, y algunos motivos de la trama bordean el ridículo. Pero como todo gran melodrama, el mérito está no sólo en saber llevar adelante esos riesgos tonales, sino en comprometer al espectador, lograr que se olvide de esos formalismos genéricos.
Y Guadagnino lo logra magistralmente. Y tiene a Swinton como su Madame Bovary, su Lady Chatterley, la mujer que siente que esa vida no le pertenece y que descubre que hay algo más allá. Y que un buen plato de sopa, preparado con una magia ancestral, es más que un placer refinado. Es una magdalena proustiana que trae de vuelta el pasado, abre el presente y pone en riesgo el futuro.