Lo que pasa en las mejores familias
Un poderoso industrial sabe que va a morir y decide delegar el poder en su hijo y en su nieto. Con un ritmo casi operístico, el film va enunciando la tragedia. Y lo hace en ese ámbito familiar en el que los mandatos han sido transgredidos.
Frente a nosotros, la imagen del afiche nos lleva al retrato de un grupo de familia en el interior de una señorial casa. En el cruce de nuestras miradas se van abriendo algunas interrogaciones sobre esta disposición de esos personajes que, ahora, componen su propia puesta. Faltan algunos, la escena está por animarse y en pocos minutos más llegarán los invitados para celebrar un nuevo cumpleaños del gran jefe de familia, el abuelo, el padre del padre, el que un día puso en marcha una fábrica textil y que vio crecer en esa Milán industrial de los principios del siglo. Los preparativos están en marcha y la mesa, tal como la disposición protocolar lo ordena, está a punto de ser servida.
Nacido en 1971, en Palermo, Luca Guadagnino retoma algunos planteos de la filmografía de uno de sus maestros, Luchino Visconti y haciendo gala de una estética que diseña una trama y un cruce de diferentes ritmos, nos invita a seguir de cerca, a partir de un recorrido estacional, los diferentes cambios que operan en el interior, en el seno de esa familia, cuyas singulares historias irán aflorando a lo largo de todo el relato, a partir de pequeñas fisuras; en ese ámbito en el que aparentemente todo parece permanecer estabilizado desde un riguroso orden familiar y en el que, sin embargo, tal como la puesta en escena lo señala, hay espacios vacíos, rincones olvidados, ámbitos por descubrir.
Tal como en "La caída de los dioses" de Luchino Visconti el film abre con la celebración de un nuevo aniversario del patriarca y poco a poco iremos tomando conocimiento de los vínculos, como el mismo film de Visconti lo señalaba, que esa gran empresa sostenía desde diferentes intereses con el régimen totalitario de entonces; con los grupos políticos y económicos del poder. Significativo, es, por otra parte, que el hijo, del gran padre, al igual que el personaje de Alain Delon en "El Gatopardo", lleve el nombre de Tancredi.
No sólo es la atmósfera invernal en esa Milán que abre con las esculturas cubiertas de nieve la que transitamos en esta primera parte del film; sino también es el clima operístico (una vez más el cine y el teatro de Visconti) el que se respira en el interior de ese ámbito poblado por paredes vacías y señoriales retratos, en él que sólo la prudente voz y la mirada atenta de una criada es quien está abierta a la comprensión de lo que allí sucede, como acontece en algunos films de Ingmar Bergman y Pier Paolo Pasolini.
En ese espacio cerrado, marcado por algunos rituales domésticos, que no marcan diferencias entre un día y un otro, dos particulares situaciones están por ocurrir. Y los mismos nos llegan por vía de los sentidos. Sobre la base del formato del melodrama viscontiano, que alcanza el mismo Bolognini en films como "El caso Murri" y "La herencia de los Ferramonti", Guadagnino nos ofrece un relato en el que los diferentes personajes que aparecen estáticos, en esa primera imagen, comienzan a revelarnos comportamientos ambiguos que nos remiten a las zonas de lo no dicho.
En relación con este punto, Haydee Sanchez, psicoanalista, nos alcanza sus reflexiones: "Creo que es una relación con el título original, "Yo soy el amor", que algo nuevo irrumpe y cómo a partir de esto se ponen en movimiento, la pasión, el deseo, los celos, el despertar de aquello que estaba adormecido. Y claro está, me refiero, en primer lugar a lo que la madre descubre aquel día en el interior de ese CD que pertenece a su hija y que nos permite que se lea la palabra "Love".
Hablamos de la hija. Y entonces, nos referimos ahora a los dos hijos varones, uno de ellos el elegido junto su padre, para continuar con los negocios de la empresa. El otro, allí, activando sus propios planes desde un ángulo no tan visible. El primero unido, desde su sensibilidad, a su propia madre, esa mujer rusa que tal vez un día fue adquirida por su madre como una pieza más de su coleccionismo, de un viejo anticuario. Pero ahora, y ya desde el inicio, y en relación con el placer de la comida (como lo marcaba Ferzan Ozpetek en "La ventana de enfrente") ambos verán como su propia vida, madre e hijo, cómo ese itinerario comenzará a experimentar otros rumbos. Y de cómo las pasiones pendularan generando nuevas tensiones.
Amigo del hijo mayor, el joven cocinero, llegará en ese primer tramo del film a la mansión de los Recchi en esa fría estación invernal, ofreciendo una obra de su oficio de repostero. Y como el recién llegado del film de Pier Paolo Pasolini, "Teorema", el aparente ordenamiento familiar comenzará a experimentar otros movimientos, tanto en la vida de Emma (alusión al personaje de Flaubert, que compone Tilda Swinton) como al de Edo, el del hijo, ya prometido, que guarda un vínculo de fascinación por ese joven que pertenece a una clase social diferente.
De la Milán invernal, cubierta de nieve, diferenciada desde esos carteles indicadores que detentan una singular grafía el film marcará un pasaje hacia otras tierras, como la soleada San Remo.
Emma podrá, al igual que lo lograba únicamente con su hijo, narrar su propia historia al recién llegado y poder, entonces, empezar a reconocer su identidad. Podrá, igualmente, pronunciar su nombre, junto a ese joven que la acaricia tiernamente, desplegando su imperfecta desnudez en un espacio abierto, mientras la naturaleza, celebra, en todo su esplendor, ese encuentro.
Pero "El amante" desde los mismos carriles viscontianos va enunciando la tragedia. Y lo hace en ese ámbito familiar en el que los mandatos han sido transgredidos. Mientras los nuevos negociados ya van alcanzando un nuevo poder globalizador. En esa espera, en ese acto continuo de revelaciones, lo fatal, lo trágico, comienza a avecinarse.