La primera vez que vi a Tilda Swinton en el cine fue en una función vespertina de Orlando (1992) en el viejo cine Trocadero de la peatonal Lavalle. Ante la camada de actrices que se venían de Hollywood con Julia Roberts y Winona Ryder a la cabeza, esta actriz inglesa ofrecía otro prisma abordando un papel dificilísimo en esa película de Sally Potter.
Casi 20 años después, la capacidad y versatilidad de Swinton parecen no tener límites todavía, lo cual es un camino lógico para alguien que se toma tan en serio su trabajo. Aunque se trate de una película como El Amante, producida por ella misma.
El análisis de esta realización bien puede dividirse en dos aristas. La primera tiene que ver con las actuaciones de todo el elenco y algunos aspectos técnicos como la excelente fotografía de Yorick Le Saux cuya muestra de su talento pudimos ver recientemente en Carlos. Le Saux aplicó un concepto visual fundamental para cumplir con una historia que se desarrolla en invierno y en verano.
La segunda arista es la película en sí y su temática sobre la necesidad de liberación de una atmósfera subyugante generada en el seno de una familia aristocrática de Milán.
Emma (Tilda Swinton) es oriunda de Rusia. Una vez conoció a Edoardo Recchi (Gabriele Ferzetti), un rico empresario textil Italiano con quién eventualmente se fue a Milán, se casó y formó una familia. También significó una vía de escape de la situación agobiante en la Unión Soviética del fin de la Guerra Fría. Al comienzo vemos a Emma muy concentrada yendo y viniendo del comedor a la cocina mientras le da directivas al personal doméstico (en un soberbio italiano con acento ruso) para preparar una cena familiar importante.
En este momento entendemos que Emma es mas una jefa de mozos que una esposa. Una sutileza para establecer una situación en la que si bien ella es parte de la familia, nunca llegará a pasar todas las barreras conservadoras y aristocráticas para llegar a una pertenencia absoluta. O sea, Emma salió de una situación opresiva para meterse en otra con otros ribetes. Necesita escaparse o al menos un escapismo.
En esta cena el padre de Edoardo, Tancredi Recchi (Pippo Delbono), anuncia su retiro y el pase de la empresa a manos de su hijo. Algo que todos esperaban excepto por un detalle: Tancredi le da la misma participación a su nieto Edoardo Jr. (Flavio Parenti), lo cual dispara un juego interno que tampoco llega a desarrollarse. No olvidemos que desde un principio la historia, el conflicto y el mensaje pasan por Emma.
Hablando de ella, en estos interines conoce a Antonio (Edoardo Gabriellini), un cocinero amigo de su hijo cuya presentación en la película sirve como punto de partida para colocar el conflicto al frente de la obra.
Emma se siente impulsivamente atraída hacia Antonio (escena de miradas en la cocina brillantemente actuada por… ah, cierto! Ya lo dije). En él, (y en el deseo que ella siente) ve una ventana hacia cierta libertad generada en lo furtivo, pero atrayente a la vez. El espíritu de Emma cobra vida. Hay algo más que su vida con alcurnia.
El guión de Luca Guadagnino abarca algunas subtramas que, como mencioné al principio, no están cercanas a aportarle nada importante a la historia. Ni siquiera la situación de los hijos de este matrimonio casi basado en una suerte de hipocresía interna. El director comienza a explorar en estas propuestas y de hecho las resuelve, pero al estar apenas conectadas con la trama principal, dejan un sabor a exceso de minutos que terminan por desviar la atención del espectador a su muñeca izquierda. Justo donde está el reloj.
No le quita valores cinematográficos, pero los disminuye ante una película de planos y silencios largos, necesarios para que los actores se expresen. Atención durante los créditos con una escena que le da el cierre definitivo.