Negocios, intrigas y pasiones en una atmósfera decadente
Luca Guadagnino es un joven director italiano no demasiado conocido, pero que tiene una socia estelar: Tilda Swinton, quien produce y protagoniza “El amante”, su primer largometraje que se conoce aquí.
Swinton tiene a su cargo el personaje principal, Emma, alrededor del cual se estructura un relato en el que los demás tienen sentido o cumplen una función solamente en relación a ella. Quien sin embargo, va a experimentar a lo largo de la trama una metamorfosis, una transición dramática, que alterará por completo su rol en la historia y también pondrá en máximo riesgo toda la constelación de personajes que la rodean.
Emma es una mujer que ronda los cincuenta años, es rusa de origen y está casada con un rico industrial milanés, heredero de un establecimiento textil que tuvo su tiempo de gloria y que al morir su fundador y adentrarse en el siglo XXI, no resistirá ante las nuevas reglas de juego que se imponen en los negocios, con la presión de los capitales globalizados.
Emma es la esposa perfecta, madre atenta de tres hijos, la reina del hogar, excelente cocinera, que sabe cómo atender a los invitados de su esposo, ya sea en cenas familiares o de negocios, en su majestuosa finca.
Lo que sucede se muestra, se sugiere, se sospecha o se adivina, pero se explica casi nada. En pocas palabras, la familia atraviesa una crisis a partir de la venta de la industria familiar, lo que provoca incipientes desaveniencias entre los herederos, agudizadas por algunas decisiones testamentarias del patriarca fallecido, quien favoreció a unos más que a otros.
En ese marco en el que tallan las tradiciones, que se ven confrontadas con las nuevas tendencias, económicas, culturales y sociales, los hijos, jóvenes, intentan a su vez su propia realización personal y afectiva, tratando de hacer equilibrio también entre los viejos esquemas y sus inclinaciones.
En medio, aparece el amigo de uno de ellos a terciar de manera solapada. Emma tiene preferencias por su hijo Edoardo, casualmente, el elegido por su abuelo Tancredi para compartir los negocios con su padre, también llamado Edoardo. El clima entre ellos es denso, uno intuye que hay cosas no dichas que sin embargo pesan. Y de pronto se introduce alguien más, Antonio, un joven de origen más humilde, quien es un cocinero exquisito. La pasión por la cocina será el punto de encuentro entre Antonio y Emma, lo que los llevará a un romance apasionado, que terminará en tragedia cuando Edoardo (el hijo), descubra el asunto y se sienta doblemente traicionado.
Escapar a los moldes
Guadagnino da muestras de un marcado interés por la estética, por las formas, ya que el relato se sostiene fundamentalmente por las interpretaciones y los climas, logrados mediante la impecable fotografía de Yorick Le Saux y el finísimo montaje de Walter Fasano. Cada plano, cada escena, cada cuadro está pensado para expresar o sugerir algo, un sentimiento, una emoción, un clima afectivo, lo que se acompaña con una banda sonora que funciona como un protagonista más, cargando de sensaciones apabullantes algunas escenas.
Muchas reminiscencias de Visconti, también de Hitchcock, por la atmósfera de intriga y decadencia que se describe, en la que las pasiones buscan una manera de escapar a los moldes rígidos, aunque los resultados sean los contrarios a los que se aspiraba.
Emma sufre muchas transformaciones que no canaliza de modo apropiado, al tiempo que padece una crisis de identidad, una falta de arraigo que termina haciendo estragos en los demás y en sí misma.
“El amante” es un film inquietante con características de melodrama, que hace honor al cine europeo de los años ‘70.