El poder y el deseo
Un melodrama italiano de época, que a su modo pretende rescatar (o acaso imitar) el último gran cine de la península, parece ser el mejor estreno del fin de semana, aunque pronto llegarán grandes novedades. Es que Córdoba respira cine, y a la aplaudible muestra del DoctaCine 2011 realizada la semana pasada, le seguirá desde el jueves próximo un ciclo imperdible sobre el Bafici porteño, que traerá algunas joyitas únicas para la ciudad (ver HDC de la víspera), en lo que seguramente constituirá también la única posibilidad de verlas en la gran pantalla (a excepción de El Estudiante, que se estrenará en octubre también en el Cineclub Municipal).
Por el momento, hecho ya el aviso, hablemos entonces de El Amante, filme del italiano Luca Guadagnino (Melissa P., 2006) sobre un proyecto de la actriz Tilda Swinton, excepcional y casi absoluta protagonista de la película. Drama de tintes clásicos ambientado en nuestros días, Yo soy el amor en su título original es una tragedia estilizada sobre la aristocracia italiana, que sin dudas pretende referenciarse en ciertos autores del neorrealismo, sobre todo Luchino Visctonti, aunque sus resultados sean sensiblemente inferiores: Guadagnino está lejos de alcanzar la profundidad dramática, la lucidez sociopolítica y la coherencia estética de aquellos clásicos (basta citar a El Gatopardo como su referencia más explícita). Con todo, constituye al menos un intento por apostar a otras tradiciones estéticas y narrativas, que si bien se puede quedar en un ejercicio de estilo más bien vacuo, es casi un bálsamo en la atribulada cartelera comercial de nuestros días.
El filme se abre con una extensa cena familiar en una antigua mansión italiana, donde el patriarca de los Recchi, llamado Edoardo (Gabriele Ferzetti), festeja un nuevo cumpleaños. El formalismo, las tradiciones, el ambiente claustrofóbico remiten a otro siglo, pero estamos en el presente. La intención real de Edoardo es anunciar a su sucesor en la dirección de la gran empresa familiar, que será su primogénito Tancredi, aunque habrá una sorpresa: deberá compartir la conducción con su propio hijo, llamado también Edoardo, un hombre sensible alejado de los negocios familiares. Como en toda tragedia, no será más que el inicio de una lenta caída en desgracia que incluirá a la esposa de Tancredi y madre de Edoardo, Ema (Swinton), verdadera protagonista del filme, abnegada y alienada mujer que pronto descubriremos es casi una extraña en el clan Recchi. De origen ruso, Ema ha debido adaptarse a las rígidas estructuras de la familia hasta casi perder su identidad, pero un inocente descubrimiento (el lesbianismo de su hija) desatará sus ansias de libertad, que se fijarán en un joven cocinero amigo de su hijo, llamado Antonio. Claro que el surgimiento del deseo traerá sus consecuencias, y en el resultado de ese triángulo formado entre Ema, Antonio y Edoardo la película revelará su verdadera naturaleza, sin dudas conservadora.
De estética tan elegante como sus protagonistas, El Amante ostenta un virtuosismo formal poco frecuente: sus bellos planos secuencias sobre ambientes lujosos, sus cuidadísimos encuadres, sus deslumbrantes planos generales de mansiones nevadas o el centro de Milán o Londres, o aquellos calculados primeros planos sobre cuerpos, objetos o gestos, constituyen un dispositivo seductor aunque problemático, pues si bien es coherente con su tema y su trama, en algunos momentos llega a caer en un fetichismo vacío y publicitario. Un dilema potenciado por los redundantes acordes de John Adams, insertados estratégicamente aquí y allá para potenciar los efectos sugestivos de la imagen. Algo que a veces contrasta con la utilización de la luz, que si bien es trabajada con el mismo esmero, está casi siempre pensada más para sugerir que para resaltar. Los principales problemas, empero, están en el desarrollo dramático y en las vueltas de guión, que terminarán de darle a la película un tinte excesivamente trágico, como si finalmente estuviéramos ante un novelón televisivo, y como si lo importante fuera castigar a los protagonistas en vez de explorar sus relaciones con el deseo. Por suerte, está Tilda Swinton para salvarnos del ridículo y devolver a la película algo de su verosimilitud y su profundidad perdidas.